Crédito de la ilustración: "The backpacker" ©2014, por JoshHutchinson

Tipos de mochileros que nos encontramos en el camino

by Cristina E. Lozano 5 Dec 2014

Crédito de la ilustración: «The backpacker» ©2014, por JoshHutchinson

Aunque el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define mochilero y mochilera como “persona que viaja a pie con mochila”, tradicionalmente este término ha sido empleado para referirse a los backpackers, esos jóvenes que se mueven por el mundo con presupuesto ajustado y macuto ligero. Pero los tiempos cambian y con ellos las personas. Hoy, los distintos tipos de mochilero ya no responden necesariamente al estereotipo original de ‘viajero con mochila sin un duro’. Con frecuencia, uno hasta puede «evolucionar» de un tipo a otro a medida que crece.

Si has viajado por un destino típicamente mochilero como puede ser Sudamérica o el sudeste asiático o tienes planeado hacerlo, seguro que estos personajes que nos encontramos en el camino te resultarán familiares.

 

El flashpacker.

Aunque el término flashpacker nació para referirse al viajero que va hasta arriba de tecnología (ordenador, móvil, tablet, cámara, objetivos, etc.) porque está embarcado en un viaje largo o porque trabaja en ruta; en la actualidad se denomina flashpacker a ese tipo cuyo objetivo principal es recorrer lugares, fotografiarse en ellos y subir las imágenes a FacebookTwitter e Instagram para que todos sus contactos vean lo «guay» que es y todo lo que mola.

Aunque en ese momento no se esté haciendo un selfie, el cada vez mas abundante flashpacker es reconocible casi al instante: lo sabe todo [si ha salido en Lonely Planet], ha visto o planea ver muchos más sitios que tú [aunque ninguno se sale del itinerario típico], y presume de sacar el máximo partido a cada una de sus paradas, por fugaces que sean.

Resulta muy interesante husmear el time line de este espécimen en las redes sociales, para comparar lo que realmente sucedió y cómo lo cuenta. Los flashpackers pueden ser muy agradables por un ratito, pero a la larga resultan tremendamente cansinos.

 

El mochilero de toda la vida.

Cada vez menos frecuente, el mochilero de toda la vida es, salvando las distancias, el del estereotipo, ese que empezó a viajar con mochila y ha seguido así porque de verdad le parece que es más cómodo. Su rollo es el más low cost de todos, siempre busca la forma más barata de desplazarse, y normalmente sabe dónde están los mejores locales del lugar, bien porque dedica bastante tiempo a conocer cada sitio o porque tiene contactos de calidad que le dicen dónde ha de ir a parar. También suele ser más tranquilo si aparecen problemas, pues a estas alturas de la vida está convencido de que de todo se sale.

Su punto débil es el presupuesto, más ajustado de lo que le gustaría, lo que le lleva con frecuencia a compartir habitación u hospedarse en sitios humildes, que no insalubres (que también puede ser). También a privarse de actividades de ocio que, aunque no le son vitales, no le importaría disfrutar. Sus estancias en cada país suelen ser largas, cuanto más largas mejor, y su itinerario nunca está cerrado del todo, siempre deja un margen para la improvisación.

 

El mochilero pijo.

El mochilero pijo es la antítesis del mochilero tradicional. Este es un tipo con dinero que viaja con mochila porque piensa que es guay tener una experiencia mochilera al menos una vez en la vida. Sin embargo, lo único que este viajero tiene de mochilero es la mochila. El resto de su viaje lo hace normal, como haría cualquiera de sus otros viajes con maleta: duerme en hoteles, come en sitios caros, viste arreglado, sale de fiesta por discotecas de moda, compra artículos de marca y se da caprichos. Cosas muy respetables todas, pero que poco tienen que ver (o tenían que ver) con ser mochilero. Por lo general, su viaje dura lo que duran las vacaciones de su trabajo de oficina (entre dos y tres semanas) o la paga de papá.

Si obviamos el factor ‘tener dinero’, el mochilero pijo comparte muchas de las característica de lo que podríamos denominar el mochilero casual, ese que nunca suele viajar con mochila pero que no quiere morir sin hacerlo al menos una vez en la vida, probablemente porque alguien le ha dicho que debe hacerlo. Ninguno de los dos son mala gente, todo lo contrario. Suelen ser gente bastante graciosa que juega a aparentar por unos días algo que no es, bien por experimentar, bien por poder volver a casa para contar su aventura salvaje.

 

El fiestero.

El mochilero fiestero es aquel que vive prácticamente de noche. Si está despierto de día es porque aún no ha cerrado la última rave. Ese es su rollo: conocer los lugares a través de su fiesta y -eventualmente- de sus drogas. No se pierde una y siempre consigue juntar dólares para una penúltima cerveza. De carácter social y muy abierto, es el compañero perfecto si quieres estar de juerga hasta que salga el sol, cerrar la Full Moon, la Bulex, la NON o lo que haga falta.

 

El hippie-pollas.

El hippie-pollas salió de viaje en busca de sí mismo. Su objetivo es encontrarle un sentido a la vida o recuperarlo si en algún momento lo perdió. No va a la caza de lugares, sino al encuentro consigo mismo o con la Tierra. Él «no es un turista, es un viajero». Todas las fotos que saca a hurtadillas con el último modelo de iPhone lo confirman. Y, lo más importante de todo, el hippie-pollas es mucho más profundo y sabe mucho más de lo que sea que tú; todos esos conceptos raros que emplea mientras te mira por encima del hombro lo demuestran.

Ser hippie no tiene nada de malo, al contrario, ¡es fantástico! Pero como cualquier otra condición, puede revertir en un estado perverso que, en este caso, se traduce en creerse mejor que los demás. El hippie-pollas es ese muchilero que no se ha dado cuenta de que hace mucho que dejó de ser hippie para convertirse en un flipao, cualidad muy poco atractiva a la hora de establecer nuevas relaciones. No pocas veces está loco como una cabra… sus pensamientos fuera de lo común quizá te hagan reflexionar, algo que nunca hace mal.