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Qué pasó el día en que un terremoto cambió la historia de México

Ciudad de México
by Diana Guzmán Merodio 18 Sep 2015

México, D.F. Jueves 19 de septiembre de 1985 a las 7:19 de la mañana…

La ciudad amanece como cualquier día y la mayoría de la gente está alistándose para su rutina diaria. Algunos ya están en las calles o incluso van llegando a sus trabajos y escuelas. El sismo con epicentro cerca de Lázaro Cárdenas, Michoacán, dura dos minutos y tiene una magnitud de 8.1 grados en la escala de Richter. Su impacto cambió para siempre la fisonomía de la ciudad y el corazón de sus habitantes.

 

El caos

El terremoto se vivió de forma muy distinta en función de la cercanía con el primer cuadro de la ciudad. En las zonas más afectadas las personas vivieron el derrumbe de sus hogares, escuelas o zonas de trabajo; algunas quedaron atrapadas, muchas más fallecieron y otras observaron cómo las estructuras vecinas se vencían ante la furia de la naturaleza; en las zonas más alejadas las personas sólo sintieron un fuerte temblor y continuaron por unas horas con su rutina habitual.

Poco a poco, la gente se fue dando cuenta de la magnitud de lo que había ocurrido. El ejemplo perfecto es la transmisión que realizó Jacobo Zabludovsky desde el teléfono de su coche cuando salió a verificar el estado que guardaba la ciudad. En un principio describe una ciudad apacible, el Ángel de la Independencia en su lugar (otro terremoto lo había tirado en 1957) e incluso se aventura a decir “como que nos trató suavecito, como que nos estaba meciendo en una cunita”. Esa primera impresión no duró demasiado.

Sin televisión, sin luz y sin teléfono, la desinformación fue lo primero que se vivió ese día. Poco a poco la gente empezó a hablar sobre lo que había visto, sobre lo que otros decían, sobre todas las construcciones que habían sucumbido. Muchas personas buscaban con desesperación un teléfono para localizar a sus familias, otros llegaban a dejar a sus hijos a las escuelas que ya no estaban en pie. Pronto la ciudad fue tomada por nubes de polvo, fugas de gas y un horrible olor a muerte. El sonido de las sirenas comenzó a ser una constante.

 

El alma del sismo

Los voluntarios fueron el alma de la ciudad en esos momentos. Armados de palas, hachas o simplemente con sus manos, miles de personas levantaban piedras y retiraban los escombros, pasándolos de mano en mano en cadenas interminables de personas, entrando por huecos a construcciones que podían venirse abajo en cualquier momento. Estos héroes fueron apodados como “los topos”.

Otras personas se organizaron y cocinaron de forma masiva para alimentar a los voluntarios, a los rescatados y a los damnificados. En las ruinas del Hospital General comenzaban a ser rescatados los “niños del sismo” o “niños milagro”. Médicos voluntarios empezaron a formar brigadas para atender a la población en parques, camellones o donde fuera.

Las víctimas no reconocidas fueron llevadas al estadio de béisbol “Parque Delta”, habilitado como una gran morgue, donde cientos de personas se encargaban de los cadáveres y daban orientación a los familiares. Los cuerpos que no fueron reconocidos en 72 horas tuvieron que ser enterrados en fosas comunes en los cementerios de San Lorenzo Tezonco, San Nicolás Tolentino y Dolores para evitar una epidemia. Las radiodifusoras y televisoras se pusieron al servicio de la ciudadanía para que las personas pudieran localizar a sus familiares.

Toda esta organización no tuvo apoyo del gobierno ni de instituciones oficiales.

 

Llueve sobre mojado

El 20 de septiembre a las 7:40 de la noche volvió a temblar. Esta vez el sismo tuvo una intensidad de 7.5 grados en la escala de Richter. El pánico se desató, las labores de rescate se vieron entorpecidas y muchas edificaciones afectadas terminaron por derrumbarse.

El presidente Miguel de la Madrid declaraba a la comunidad internacional: “Estamos preparados para atender esta situación y no necesitamos recurrir a la ayuda externa. México tiene los suficientes recursos y unidos, pueblo y gobierno, saldremos adelante. Agradecemos las buenas intenciones pero somos autosuficientes”. Faltaba menos de un año para que en México se celebrara el mundial de futbol.

La primera intervención del ejército en los lugares más afectados fue severamente criticada por rescatistas y voluntarios. Las fuerzas armadas dificultaron severamente las labores de rescate, ya que su consigna principal era “mantener el orden”.

 

La corrupción

No es un caso menor que las estructuras más afectadas hayan sido Secretarías de Estado, hospitales, escuelas y edificios multi familiares cuya construcción fue responsabilidad del gobierno. Los edificios estaban mal construidos y arropados por un ineficiente reglamento de construcción. Ahorrar -o robar- algunos pesos con materiales de baja calidad costó muchas vidas.

Algunas de las estructuras construidas por el gobierno que se colapsaron en el sismo fueron: el Conalep de Humboldt, el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos No. 3, el edificio Nuevo León, el Centro Médico, el Hospital Juárez, la Secretaría de Comunicaciones, el Multifamiliar Juárez, la Secretaría de Comercio y la Secretaría de Marina. Por otro lado, quedó manifiesta la explotación laboral en el caso de “las costureras”, las grandes olvidadas del sismo.

 

Después del sismo

Durante mucho tiempo el ritmo de la ciudad cambió para adaptarse al caos. Campañas de vacunación masivas, falta de agua, filas interminables de vecinos esperando pipas, teléfonos que no siempre servían y la televisión hablando de desaparecidos eran constantes de aquellos días en los que se perdió toda rutina.

A partir del desastre comenzó la era de la protección civil en la ciudad. Los que éramos niños en 1985 vivimos una infancia repleta de simulacros en la escuela, repetimos el “no corro, no grito, no empujo” hasta el cansancio. En nuestras casas era común tener listo el kit de sismos con un radio de pilas, linternas, agua embotellada, alimentos enlatados y documentos importantes. Crecimos con la realidad de una tragedia y conscientes de que un terremoto devastador puede aparecer en cualquier momento.

Crecimos en una ciudad que estaba inundada con recuerdos del terremoto, sobre todo en las colonias más afectadas: Doctores, Tabacalera, Juárez, Guerrero, Morelos, Roma y Centro. Los términos “damnificado”, “cascajo”, “escombros” y “colapsado” formaron parte habitual del lenguaje de los chilangos y nos acostumbramos a vivir rodeados de terrenos baldíos y campamentos improvisados en camellones. Estos terrenos vacíos subsistieron por muchos años, recordándonos su anterior función por paredes con azulejos o pintura en algunas zonas; muchos se convirtieron en estacionamientos y en algunos se han levantado nuevos edificios, mucho más altos que los anteriores, pero con regulaciones de construcción más vanguardistas.

Hoy tenemos una cultura de prevención admirable, brigadas de renombre internacional que pueden hacer frente a cualquier catástrofe y reglamentos estrictos para las edificaciones en la ciudad. El Paseo de la Reforma se ha llenado de numerosos rascacielos y poco a poco han quedado atrás los terrenos baldíos y las consecuencias visibles del terremoto, aunque el recuerdo de esa mañana de septiembre, nos acompañará por siempre.

 

Las Cifras

Algunas de las edificaciones más emblemáticas que se derrumbaron son: el Café Súper Leche, el Cine Roble, el Hotel Regis, el Hotel Romano, el Hotel Continental, el Hotel Hilton, el Hotel de Carlo, Televisa Chapultepec, la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial, Tehuantepec 13, el edificio Nuevo León, los Televiteatros, el Conjunto Pino Suárez y una gran cantidad de vecindades y viviendas pluri y multi familiares.

Las cifras oficiales hablan de más de diez mil muertos, cinco mil quinientos desaparecidos, siete mil heridos, seis mil edificios dañados, 137 escuelas afectadas y 11 hoteles destruidos. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) registró 26 mil muertos y algunas asociaciones civiles estiman que fueron 45 mil.