Os voy a confesar que, desde hace ya un tiempo, tengo todo un dilema ético con esto de los viajes y los efectos de la masificación de los últimos años.
Que sí, que todos tenemos derecho a viajar y no sólo las clases medias altas como era tradicional. Que sí, que el low cost es un inventazo democrático y que deseo con todas mis ganas que todo el mundo sienta lo que yo sentí y aprendí viajando. Pero con cabeza y valores. O, como diría Lola Flores, “todo se puede hacer en esta vida, pero ¡con método!”.
Creo que es necesario y urgente ponerse las pilas de vez en cuando, mirarse el ombligo y pararse a meditar qué es lo que aportamos al mundo viajando, en lugar de sólo pensar qué es lo que el mundo nos da a nosotros. Ser conscientes de cómo viajamos no solo puede cambiar nuestro viaje y enriquecerlo hasta límites insospechados, sino que puede cambiar radicalmente el mundo.