1. Expandirnos internacionalmente.
Además del famoso ferrolán afincado en la Luna, no hay tierra que los gallegos no hayamos hecho nuestra plantando nuestro equivalente a la bandera: un bar. Nuestros ejércitos conquistadores, disfrazados siempre de simpáticos y coitadiños emigrantes, no solo tienen bases en los destinos más clásicos (Argentina, Venezuela, Suiza…), sino que se han asentado también con fuerza en otros lugares: en New Jersey, por ejemplo, hay ya una Little Galicia. Tampoco hay que olvidar el tema de los hórreos australianos, restos de lo que claramente fue la primera colonia gallega en las antípodas.