Foto: Victoria Labadie/Shutterstock

10 costumbres argentinas que perdí cuando me mudé a Chile

Argentina Chile
by Silvana Spadafore 7 Dec 2015

1. Dejé de hablar de “la hora pico”.

Me tomó un par de semanas darme cuenta de que la gente me miraba raro cada vez que lo decía, y enseguida me enteré de que a esa hora en la que todo el mundo está en la calle viajando en algún medio de transporte la llaman “hora punta”. Pero averiguando un poquito más supe que aquí la palabra “pico” también tiene un significado distinto y que se la usa para llamar cariñosamente al miembro viril… Me puse colorada como por diez minutos, ¡por todas esas veces que comenté alegremente que prefería evitar la “hora pico”!

 

2. Dejé de mirar frenéticamente para todos lados cuando voy a cruzar y solo me concentro en el hombrecito del semáforo.

El brutal tráfico de Buenos Aires es conocido mundialmente. Hasta que me mudé a Chile, por ejemplo, nunca había logrado entender la función del hombrecito que -ahora lo sé-, nos da el paso a los peatones para que podamos cruzar. En mi país no importaba si había o no hombrecito, ya que los conductores manejan como si no hubiera semáforos…y como si todos los que circulamos por la calle, en auto y a pie, fuéramos inmortales. Aunque muchos chilenos se quejen del tráfico, les aseguro que Chile es el paraíso si lo comparamos con la jungla porteña.

 

3. Tuve que despedirme de mi querido bidé.

Y fue muy traumático. Este este artefacto es tan necesario para hacer más ameno e higiénico nuestro paso por el sanitario. Lamentablemente, en Chile no existen. Aquí la industria de las toallitas de bebé parece que le ganó la pulseada a las empresas que diseñan mobiliario para sanitarios y no tuve otra opción más que acostumbrarse. ¡Hasta la vista, bidé, ya volveremos a encontrarnos!

 

4. Ya no busco monedas con codicia.

Antes de mudarme a Chile, en Argentina todavía vivíamos desesperados buscando monedas para poder viajar. Si no era para cargar nuestra tarjetita Sube, era para pagar el colectivo con las monedas, y sino para cualquier cosa, porque jamás había monedas. Recuerdo incluso que había gente que hacía negocios ¡vendiendo monedas! Llegué acá y la codicia terminó. Al contrario, ya no las quiero ver porque aquí todo es en monedas, cualquier cosa que compres el vuelto vendrá con cientos de monedas, hay de 500, 100, 50, 10, 5 y 1 peso. Y claramente las últimas tres no sirven para nada. Todos juntamos monedas de las chiquitas, yo creo esto nos permite volver a ser niños, ya que es imposible no tener una alcancía.

 

5. Dejé de ser puntual.

Si hay algo que nunca tuve cuando vivía en Argentina fueron problemas de puntualidad. No es porque los argentinos seamos adictos al reloj, precisamente, pero la puntualidad es algo culturalmente importante, o al menos así quiero creerlo. En Chile, sin embargo, es esperable que la gente llegue por lo menos media hora tarde. Así fue como comencé a retrasar mis tiempos y ahora ando como todo el mundo: llegando tarde y a las corridas.

 

6. Ya no digo Hola, cuando atiendo el teléfono.

Fue una costumbre que se resistió mucho a irse, pero finalmente, y luego de la gente del otro lado de la línea o se quedara muda y no me respondiera, o empezara a titubear sin saber qué decir o incluso cortara la comunicación, ahora digo Alóóóó, así con varias O.

 

7. Nunca más pude ir al kiosco…

Acá no existen, no sé bien el motivo, ya que en Chile se comen muchísimas golosinas. Como país de fronteras abiertas, la importación de todo tipo de productos es enorme, por lo tanto no falta nada, pero el kiosco, ese lugar maravilloso abierto las 24 horas del día que puede venderte desde un caramelo hasta un paquete de yerba, acá no existe. A lo sumo hay vendedores ambulantes de golosinas o con unos carritos, pero no tienen gran variedad. Si quieres golosinas hay que ir al supermercado y si tienes una urgente necesidad de yerba a las 9 de la noche… también.

 

8. Dejé de salir a cenar a restaurants después de las 10 de la noche.

En Argentina es impensable que un sábado tengas una reserva para cenar antes de las 10 de la noche. Ni hablar si no reservaste y el plan surge en el momento: de seguro no saldrás antes de esa hora de tu casa, así que con suerte llegas para cenar a las 10:30 u 11. En Chile, mejor olvidarse, porque a las 9 es el horario más tarde donde te puedes sentar en un lugar a cenar. Hay lugares donde la cocina cierra a las 11, así que si llegas pasada las 9 mejor decidir rápido y pedir todo desde el principio porque tal vez no puedas llegar al postre… Es una realidad muy triste.

 

9. Dejé de esperar ver el cielo celeste en invierno.

Lamentablemente Santiago, ciudad en la que vivo, tiene altos grados de contaminación, que aumenta y se intensifica en el invierno con el uso de estufas, vehículos y calderas. En esta época del año mirar al cielo y esperar verlo celeste es casi imposible, ya que siempre está nublado y, sumando  la espesa contaminación, nos da un cielo gris perpetuo. ¡Por suerte el verano nos permite desquitarnos!

 

10. Ya no miro para atrás cuando alguien viene caminando.

Si bien Chile no es el país más seguro del mundo, sí lo es en Latinoamérica y mucho más si lo comparamos con Argentina. Ahora ya no tengo que caminar mirando para atrás cada vez que alguien camina cerca de mí, cosa que en Argentina se había vuelto indispensable. Estoy feliz de no andar por la vida con esta paranoia de poder disfrutar de los paseos nocturnos, ¡gracias Chile! 

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