No importa cuánto tiempo lleves viviendo en Chile, tarde o temprano pasarás por esto.
Cuando te percatas que en Chile no conocen la Rosca de Reyes ni el Pan de Muerto.
Cuando dices: «Llegué tarde porque justo me tocó la hora pico».
Cuando no entiendes algo y preguntas “¿Mande?”
Cuando llegas a la caja del supermercado sin haber pesado la fruta y la verdura. (Perdón por haber olvidado las costumbres ochenteras del Aurrerá.)
Cuando te preguntan: «¿Y te gusta Chile? ¿Pero qué es lo que más te gusta de Chile? ¿Y de la comida chilena, qué es lo que te gusta más?» (Silencio incómodo y eterno.)
Cuando te invitan a comer “tacos”.
Cuando definen tu acento mexicano como una mezcla entre «El Chavo del Ocho» y «María Joaquina.»
Y ya que tocamos el bonito tema de la vecindad… cuando te preguntan por el estado de salud de la Chilindrina, te dan el pésame por Chespirito o encuentras en Providencia la «polera» de Don Ramón.
Cuando en una reunión: «Eres mexicano? Yo tengo un amigo en México. ¿No lo conoces? Se llama Chuchito Pérez.» (Perdón, según el INEGI, hay más de 112 millones de habitantes en el país azteca. Es más probable sacarse la lotería que conocer al weón de Chuchito.)
Cuando descubres que a Santa Claus le dicen «Viejito Pascuero».
Cuando te dicen «te pasaste» por primera vez… y sientes que te están regañando, cuando en realidad te están dando las gracias.
Cuando sí te están regañando y no te das cuenta porque según tú, «te están retando».
Cuando dices «buenos días» en un elevador y nadie te responde. Nadie, nunca. No insista.
Cuando pides ostiones en un restaurante.
Cuando comparas…
En México:
Cliente: Muchas Gracias.
Empleado: Con mucho gusto, estamos para servirle.
En Chile:
Cliente: Muchas Gracias.
Empleado: Ya.
Cuando te invitan a tomar once y preguntas “once qué”.
Cuando tratas de insultar a alguien diciéndole «pendejo».
Cuando te comienzan a bombardear con preguntas históricas de México y entiendes que debes repasar tus libros de primaria.
Cuando pruebas el tequila que venden aquí.
Cuando te das cuenta que ya dices: “Yaaaaa” y te despides diciendo «¡Chao!».
Este artículo fue publicado en Un Wey Weón y se reproduce aquí con permiso del autor.