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A escuchar malas palabras. Los españoles que he conocido llegaron a la conclusión de que los argentinos éramos exageradamente remilgados al hablar. Palabras tales como “cu**” y “p***”, entre otras, las decimos sólo en contadísimas ocasiones. Pero en España no existe el más mínimo tabú lingüístico y todas las palabras están permitidas. Incluso las dicen en la tele, en horarios aptos para todo público. Hasta los profesores las dicen en las clases, sin sospechar mi espanto.