Photo: cabuscaa/Shutterstock

7 verdades incómodas acerca de viajar sola siendo mujer

by Aniko Villalba 13 Apr 2015

Cuando anuncié que me iría a dar la vuelta al mundo sola, la gente pensó: a) que estaba loca o b) que me iba a pasar de todo. Lo único que me contaban eran historias horribles acerca de secuestros, violaciones y trata de blancas: según ellos, el mundo era un lugar muy peligroso. Me daba miedo dejar Buenos Aires, pero mis ganas de viajar y escribir eran más fuertes. No podía ser tan malo como me contaban.

Después de estar viajando durante siete años y de haber convertido el nomadismo en mi estilo de vida, confirmé que el mundo es un lugar muy hospitalario y descubrí que ser una viajera solitaria tiene un montón de ventajas que no imaginaba antes de irme. A donde vaya, otras mujeres me ayudan y protegen, tengo madres sustitutas en todos los continentes que visité, muchas familias me invitaron a sus casas y la gente suele confiar en mí desde el principio porque soy una chica, así que siempre me resultó fácil conocer a la gente local y sentirme bienvenida en todos lados. Sin embargo, viajar sola también tiene algunos inconvenientes.

Quienes viajamos sin compañía, sin importar si somos mujeres u hombres, tenemos que enfrentarnos a ciertas situaciones: a veces podemos sentirnos solos o tristes, no tenemos un amigo que nos cuide cuando estemos enfermos y lejos de casa, tenemos que gastar más plata en alojamiento, entre otras cosas. Pero hay algunas verdades incómodas que solo se aplican a las chicas que viajan solas, y están lejos de ser solo las historias de terror que la gente me contó. Acá va la lista.

 

1. Si sos una chica que viaja sola, la gente te etiqueta y algunos incluso sienten pena por vos.

Si bien para nosotras, como viajeras, es común encontrarnos con otras chicas que viajan solas, en muchos lugares del mundo somos algo que no se ve todos los días. En China central, una mujer me hizo prometerle que no seguiría viajando sola, que encontraría un marido y me establecería o viajaría con él. Para muchas mujeres, sobre todo en Asia y en América Latina, yo era demasiado joven para estar viajando sola y demasiado grande para no estar casada.

Mucha gente te dirá que sos muy valiente, pero sentirá pena de que hayas elegido viajar antes que tener una familia —en mi caso, creo que ambas cosas se pueden combinar, pero no es una idea muy generalizada—. Vas a escuchar cosas como “hacelo ahora que podés, porque cuando tengas hijos…” o “yo me casé a los 29, todavía estás a tiempo”.

En países donde las mujeres tienen un rol muy definido, los hombres pueden verte como una chica demasiado libre y asumir que sos fácil solo porque no tenés un compañero al lado. Y también está la idealización: muchos te verán como una persona con suerte y otros creerán que sos la Mujer Maravilla. No somos ni una cosa ni la otra. Y esas etiquetas pueden ser una carga.

 

2. Cuando viajás sola, no hacés todo lo que te gustaría.

En estos siete años viajé sola, en pareja y con amigos, y siempre me animé a hacer más cosas cuando viajaba acompañada. Me encanta hacer autostop cuando tengo un compañero o compañera de viaje, pero todavía no me animo a hacerlo sola (este es mi caso particular, conozco a muchas chicas que viajan a dedo solas). No hago trekkings sola e intento no viajar en buses nocturnos, si bien lo hice un montón de veces.

Mi amiga Laura empezó como una viajera solitaria hasta que conoció a Juan, su pareja, con quien está dando la vuelta al mundo a dedo. En el 2012 pasaron doce días en la selva ecuatoriana con los shuar, una tribu conocida por el tsantsa, el proceso de reducción de cabezas.

“Para conocer a los shuar necesitás un permiso de su gobierno. Nosotros no teníamos eso, nos había invitado uno de los jefes de la tribu pero no teníamos un papel que lo probara, solo su palabra. Navegamos nueve horas por el río Mangoziza para llegar, no sabíamos a dónde estábamos yendo ni qué pasaría cuando llegáramos. Si no hubiese estado con Juan no me hubiese animado a ir sola, y me hubiese perdido una gran experiencia”, cuenta Laura.

 

3. En algunas culturas, ser mujer significa que tenés que seguir ciertas reglas.

Es bueno conocer las normas culturales del lugar al que vas a viajar para evitar problemas o malentendidos con la gente local. En Bali, por ejemplo, no podés entrar a los templos si estás con el período. En países budistas como Tailandia no podés tocar a los monjes o sentarte a su lado. En Marruecos, las mujeres locales no van a los cafés. En los países musulmanes deberías vestirte de manera apropiada y cubrir al menos tus hombres y rodillas, a veces también tu pelo o todo tu cuerpo. Si bien esto no es algo obligatorio para extranjeras —excepto en pocos países— es una manera de mostrar respeto.

No me molestan los códigos de vestimenta y suelo cumplirlos, pero sufro mucho el calor y me siento incómoda usando ropa muy larga cuando la temperatura supera los 35 grados, como por ejemplo en Indonesia. Sabía que si quería podía vestirme de otra manera, pero cada vez que me ponía un short la gente me miraba y yo me sentía fuera de lugar.

Daniela, quien viajó por Oceanía con su pareja, recuerda:

“En Fiji llegué a una aldea que no recibía turistas y tuve que pedirle permiso al jefe de la aldea para poder nadar en su playa. No fue fácil encontrarlo, cuando llegué a su casa estaba bebiendo kava con amigos y me sentí un poco intrusiva. Después de algunas preguntas, me dio permiso para disfrutar de su playa, pero con una condición: tenía que estar completamente vestida”.

 

4. La higiene puede ser un problema, sobre todo durante tu período.

“En las zonas más rurales de África es difícil mantener una buena higiene. Es habitual que para lavarte solo dispongas de un cubo con agua y un cacito o que, cuando tienes acceso a una ducha, tenga poco caudal. Y esto, después de todo un día sudando (en las áreas tropicales) o cubriéndote de polvo (en las zonas más áridas), no es suficiente”, dice Itziar.

Para algunas chicas, usar una letrina no es una situación agradable. Muchas amigas me contaron que se sintieron estresadas cuando se enfrentaron a los baños asiáticos porque no sabían en qué posición ponerse o estaban acostumbradas a tener papel higiénico en vez de un baldecito o ducha. En mi caso, prefiero la letrina, pero entiendo por qué puede resultar intimidante. En ciertas zonas rurales de China, muchos baños que están al costado de la ruta no tienen puertas, así que todo se hace a la vista de otras mujeres —a las que no les interesa lo que hagas o dejes de hacer, así que no te preocupes—.

Cuando Laura fue a la India por primera vez, no había viajado mucho antes:

“Me acuerdo de lo incómoda que me sentía: la mirada de los hombres me intimidaba, tuve que taparme, usar un anillo de casamiento y hacer de cuenta que tenía marido. No estaba preparada para eso. Una vez estaba en un bus nocturno e hicimos una parada para ir al baño. Tuve que volver a subir al bus y pedirle a otro viajero que me acompañara: el baño estaba en un espacio abierto, y tres indios me habían seguido para mirar lo que hacía”.

Durante los días del mes de tu período, lo más probable es que te sientas incómoda donde sea que estés. Una vez me tocó en Karimunjawa, una de las playas más lindas que conocí en Indonesia, y no pude disfrutar por las náuseas y dolores que sentía. El cambio frecuente de clima puede alterar tu ciclo y hacer que te venga con más frecuencia o que te lo saltees varios meses. En muchos lugares no podrás conseguir tampones, habrá días en los que no podrás higienizar tu copa menstrual y otros en los que querrás darte una ducha caliente y solo tendrás agua fría en un balde.

Y también está el tema de la depilación. Esta chica cuenta algunas historias divertidas sobre depilarse en distintas partes del mundo.

 

5. Recibís mucha atención y esto significa que a veces no podés relajarte.

Una chica que viaja sola suele llamar la atención, sobre todo en países donde su apariencia física es distinta. Mi amiga Itziar, que atravesó África de norte a sur con su pareja, cuenta acerca de su experiencia:

“En mis viajes por África lo más incómodo para mí como mujer ha sido la atención que te prestan: al hecho de ser blanca, que ya te hace destacar, hay que sumarle que no es normal que una mujer viaje sin su marido. Es frecuente, y sobre todo con los hombres jóvenes, que esto se traduzca en intentos de ligue (e incluso ¡en peticiones de matrimonio!). Lo normal es que no sea agresivo y no pase de una breve conversación (si es que llega a haberla), pero en alguna ocasión he tenido que mostrar mi enfado al tiempo que sacudía con fuerza esa mano que no quería soltar la mía”.

En Indonesia hay una obsesión por los bules (los occidentales). Al principio era divertido ser tratada como una estrella de cine: a donde iba, la gente me frenaba para sacarse fotos conmigo, darme la mano y agregarme a Facebook. Cuando iba a la playa, incluso si estaba nadando con ropa, la gente llegó a meterse al mar para sacarme fotos de cerca, pensando que no me daba cuenta. Después de unos meses de vivir ahí se volvió un poco cansador que me apuntaran y gritaran bule cada vez que salía a hacer las compras.

Cuando viajo me encanta estar en la calle y ver la rutina de la gente. También me gusta sentarme en cafés o plazas para escribir o tomar apuntes, pero muchas veces me cuesta hacerlo sin ser interrumpida. En Perú, por ejemplo, cada vez que me sentaba sola se me acercaba un hombre para charlar. En Malasia tuve grupos de indios-malayos agrupados alrededor mío, leyendo en voz alta lo que escribía en mi cuaderno. Cuando caminé por las calles o mercados de Marruecos con un amigo, los hombres marroquíes no me miraban cuando nos hablaban a los dos, pero cada vez que salí a dar una vuelta sola recibí un montón de propuestas. Estoy acostumbrada a vivir en Buenos Aires, donde pasás por una obra en construcción y te silban, así que no me siento tan intimidada por las miradas o sonidos, pero termina siendo cansador ser el centro de atención, sobre todo en esos momentos en los que solo querés relajarte y pasar desapercibida.

 

6. Te ven como más vulnerable y esto puede llevar a situaciones peligrosas.

En la ecuación viajera, la chica que viaja sola siempre es vista como la más indefensa. Alguna gente se aprovechará de esto para estafarte, otros te asustarán para venderte seguridad.

Hace unos años viajé de mochilera con mi amiga Belén por Centroamérica y no tuvimos ningún problema durante el viaje. Cuando cruzamos la frontera entre Nicaragua y Honduras, vimos que las oficinas de migraciones estaban lejos una de la otra —las separaban unos kilómetros que parecían tierra de nadie— así que decidimos subirnos a dos bici-taxis para no hacer el trayecto a pie. Los hombres que estaban alrededor nuestro nos dijeron cosas como: “No confíen en estos conductores, si las matan nosotros no vamos a enterrarlas” (sic) y “Soy policía, mejor que caminen conmigo” y “No confíen en él, es mentira que es policía”. Los conductores de las bici-taxis nos preguntaron cómo llevábamos nuestro dinero, si en tarjeta de crédito o efectivo, y querían saber si estábamos solas o si alguien nos esperaba. Al final no pasó nada. Quizá solo intentaban asustarnos, pero siempre me pregunté si se hubiese dado la misma situación si hubiese estado viajando con un amigo.

En casa o en otro país, caminar sola de noche puede exponerte a situaciones peligrosas. Una tarde en Chinatown, una de las zonas más turísticas y concurridas de Kuala Lumpur, un hombre me siguió. Al principio pensé que estaba imaginándome cosas, así que entré en una tienda para perderlo, pero cuando salí, diez minutos después, lo encontré afuera esperándome. Caminé rápido y él me siguió, y aunque alrededor había mucha gente me asusté, me subí a un taxi y me fui de vuelta al hostel.

 

7. Y sí, siempre está el miedo a —y la posibilidad de— la violación o el acoso.

Confío en la gente y creo que el mundo es un lugar bueno, pero también sé que un día puedo estar en el lugar equivocado en el momento incorrecto y que la situación se me vaya de las manos. No pienso en esto todos los días y tampoco me pongo paranoica, pero sé que es una posibilidad. Hay casos de acoso sexual y violaciones a viajeras, y países como la India o Egipto —donde esto sucedió varias veces—, están recibiendo mala prensa por eso.

Incluso experiencias de Couchsurfing pueden convertirse en situaciones incómodas: me pasó en Francia, cuando me di cuenta de que el chico que me estaba alojando usaba Couchsurfing como una web de citas y me veía como una potencial candidata. Es mejor saber de antemano que existe una cultura de sexsurfing y así evitarse sorpresas. Esto quiere decir que, como chicas, tenemos que ser cuidadosas cuando decidimos quedarnos en la casa de alguien o cuando nos subimos a un auto si hacemos autostop. También quiere decir que tenemos que mantenernos alertas y mentalmente preparadas para ciertas situaciones.

 

Dicho esto, cada mujer tiene una zona de confort diferente y todas tenemos sentido común.

Todos estos puntos están basados en mi experiencia y variarán de una viajera a otra. Cada una sabe cuáles son sus límites, así que nada de esto debería frenarnos a la hora de viajar. Sigo creyendo que el mundo es un lugar seguro y que viajar sola te enseña a confiar en los demás y a escuchar tu intuición. Como mujeres tenemos que estar atentas a ciertas cosas, pero las recompensas de ser una viajera solitaria son mucho más grandes que estas incomodidades. Es todo parte del camino.


Podés leer este artículo en inglés haciendo clic acá.

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