Photo: Galicia Sustentable

Todo lo que tienes que saber sobre las coronelas y soldaderas, las valientes mujeres revolucionarias

México
by Ana Elba Alfani Cazarin 19 Nov 2019

Durante la Revolución Mexicana (1910-1920), las mujeres se vieron involucradas y perturbadas de diversas formas por el conflicto armado. Quienes pertenecían a la clase media o alta, con acceso a la educación, participaron intelectualmente como activistas, periodistas o formando grupos de apoyo que acudían a realizar protestas. También se dedicaron a conseguir fondos para proveer insumos y alimentos. Sin embargo, las mujeres de la clase proletaria y las que vivían en el campo no tuvieron otra opción más que unirse a la lucha armada, dando origen a las coronelas y soldaderas.

 

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Algunas mujeres soldaderas acompañaban a sus maridos a la guerra por voluntad propia; otras eran alistadas bajo el sistema de leva (reclutamiento obligatorio de la población para servir en el ejército), para cocinar y lavar a las tropas y, de ser necesario, formar parte de las guerrillas revolucionarias. Una gran cantidad de mujeres fueron secuestradas de sus hogares y luego forzadas a participar en la guerra, muchas veces como prostitutas.

 

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Mariano Azuela relata en su novela “Los de abajo” la vida de dos tipos de soldadera: “la buena”, que solo quiere seguir a su hombre, apoyándolo y realizando labores útiles, sirviéndole de consuelo y hasta de enfermera; y “la soldadera mala”, generalmente agresiva y violenta, presa de sus bajas pasiones, sin un hombre “de planta”, que se emborrachaba y festejaba con “la bola” y que incluso era guerrillera activa.

 

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Las mujeres que hacían el papel de soldado arriesgaron su vida y fueron reconocidas -apenas- por su fiereza. Generales como Francisco Villa o Emiliano Zapata no podían dejar de lado sus prejuicios machistas y las toleraban porque resultaron de mucha utilidad. Es bien sabido que la mayoría de las veces no les dieron el crédito que se merecían por su valerosa participación, habiendo incluso dirigido ejércitos enteros.

 

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Hay una línea muy delgada entre la razones por las cuales participaron por propia convicción: motivos ideológicos o porque fueron testigos de los injustos ataques a sus familias y sus pueblos. Otras mujeres decidieron unirse a la lucha porque sus esposos eran soldados u oficiales. Algunas de ellas se quedaron con los cargos cuando estos morían, como fue el caso de la Coronela Rosa Badillo, esposa del Coronel Pedro Casas.

 

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Poco a poco, los diferentes ejércitos se dieron cuenta que las mujeres eran una mina de oro. Maderistas, villistas y zapatistas les dieron responsabilidades que nada tenían que ver con las actividades domésticas. Al inicio del siglo XX se pensaba que las mujeres eran sumisas e inofensivas y sin capacidad como estrategas militares. Por ello era difícil que fueran detenidas por la policía o los federales, por lo que les confiaron trabajos como espías, mensajeras secretas y hasta contrabandistas de armamento y municiones.

 

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Así se empezó a crear una diferencia entre las soldaderas (que viene de la palabra soldada, nombre del salario que reciben soldados y marinos), y las mujeres combatientes. Las primeras, tomaban las armas solo en caso de extrema necesidad, mientras que las segundas luchaban en el frente por voluntad propia.

 

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Entre las espías, Ángela Gómez Saldaña fue agente confidencial de Emiliano Zapata, viajando constantemente para llevar información a los jefes zapatistas sobre las acciones federales y para transportar armas. Una joven a quien apodaban Chiquita fue reconocida por su papel de espionaje y, si bien se enlistó como enfermera, en realidad robaba papeles y documentos importantes.

 

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Carmen Alanís, Juana Gutiérrez de Mendoza y La China fueron tres de las mujeres a quienes se les conoce como coronelas, quienes tenían ejércitos considerables a su cargo. Hubo mujeres que le agarraron gusto al peligro y a la adrenalina y se especializaron en explosivos: Ángela Jiménez fue una de ellas, y usaba ropas masculinas para formar parte de las tropas. Su motivación fue la muerte de su hermana a manos del Ejército Federal. Llegó a ser teniente en las tropas carrancistas y varias veces escapó de la cárcel vistiendo ropa de mujer.

Como ella hubo muchas más que, para ser aceptadas, tuvieron que ocultar sus formas femeninas. Tal es el caso de Amelia Robles, quien cuando estalló la guerra se alistó por gusto propio, dada su predilección por los caballos y las armas.

 

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Amelio, como se presentaba, mostraba prestancia y fiereza en el campo de batalla, destacándose entre los hombres que luchaban con Zapata. Por eso llegó a obtener el rango de coronel. En 1927 fue entrevistada por el periodista Miguel Gil, a quien le confesó que dejó su casa para sumarse a la Revolución «por una mera locura de muchacha, una aventura como cualquier otra». El periodista le preguntó “¿Y qué sensación experimentó usted al encontrarse en plena aventura?”. La respuesta de Amelia fue: “La de ser completamente libre”.

 

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El Coronel Amelio Robles, como pidió ser conocido, comenzó en 1955 los trámites para que su nombre fuera incluido en el Archivo de Veteranos de la Secretaría de la Defensa Nacional, solicitando además que se tomaran en consideración sus antecedentes revolucionarios para obtener la Condecoración del Mérito Revolucionario. No fue sino hasta 1970 que lo reconocieron oficialmente como «Veterano de la Revolución» y aprobaron su ingreso a la Legión de Honor Mexicana.

El coronel nunca renunció a su identidad como hombre y los roles que le correspondían, a pesar de la época. Se considera que fue la primera persona transgénero en México cuyo cambio de género fue legalmente reconocido. En las fotos que le fueron tomadas en diversas ocasiones se puede ver que vestía como todo un caballero y militar, aun siendo un anciano. Se casó e incluso adoptó una niña. Murió en 1984.

 

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Todas las mujeres revolucionarias, coronelas y soldaderas y cual fuere su motivación, pelearon justo al lado, ni atrás ni adelante de los hombres, abriendo así el espacio para que surgiera la participación femenina en ámbitos que les habían estado vedados por siglos, rompiendo con estructuras y roles políticos y sociales, y desafiando el paradigma existente respecto a aquellas tareas que las mujeres debían realizar por tradición.

 

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La realidad es que las soldaderas soportaron pésimas condiciones de vida, miseria, desnutrición, embarazos fallidos y partos en las peores circunstancias; criaron a sus hijos y cuidaron de sus hombres como mejor pudieron dadas las circunstancias.

Después de la Revolución, la mayoría de las soldaderas regresaron a su papel de amas de casa. Los gobiernos post-revolucionarios se negaron a reconocer el servicio que ofrecieron a la nación. Venustiano Carranza solo ofreció una pequeña pensión a las mujeres con familiares de soldados caídos en el campo de batalla. Sin embargo, se negó a pensionar a las que podían comprobar que fueron soldados en el frente de batalla.

La vida de las coronelas y soldaderas durante la Revolución Mexicana fue idealizada en el cine de oro nacional en películas como: “Vámonos con Pancho Villa” (1936), “Los de abajo” (1939), “Enamorada” (1946), y “La cucaracha (1959”), estas dos últimas con la actuación de María Félix (aunque, siendo sincera, seguramente estas mujeres nunca fueron tan glamorosas como la actriz las representó). En Estados Unidos se filmó “¡Viva Zapata!” (1952), con las actuaciones de Marlon Brando y Anthony Quinn. 

 

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