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En el año Nahui Tecpatl, cuatro pedernal del calendario mexica (1496), el gran imperio estaba en el apogeo de su poder, cuando vio nacer a su hijo más amado: Cuauhtemoctzin. Luego de haber superado las pruebas del nacimiento, los dioses le concedieron el don de la vida y, al mismo tiempo, un destino durísimo, para el que las mismas deidades se encargaron también de prepararlo.