Al sur de Veracruz, a los alrededores de la Cuenca del Papaloapan, hay una región rica en identidad y tradiciones. Se trata de la región del Sotavento. En este lugar el sonido melancólico de las jaranas y el ritmo del zapateado sobre la tarima es mucho más que música. Fue aquí donde hace más de doscientos años surgieron las primeras coplas para animar las reuniones y construir una identidad basada en las minorías. Indígenas, negros, mulatos, marineros, arrieros y soldados que se reunían para cantar y bailar alejados del juicio social le fueron dando forma a eso que hoy conocemos como fandango y a la música que tradicionalmente lo acompaña, el son jarocho.
Todo lo que siempre quisiste saber sobre el son jarocho y el fandango
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¿Qué es el son jarocho?
El son jarocho es la música típica de la región del Sotavento veracruzano. Se caracteriza por la alternancia de melodías instrumentales y melodías cantadas llamadas pregones. Es un género musical con una carga identitaria muy importante tanto en la lírica como en la instrumentación y tiene influencias de la música caribeña, la música barroca española y otros géneros musicales propios de México. Los sones son de origen popular y se reinterpretan de acuerdo al gusto de cada conjunto jarocho; también los pregones asociados con cada son pueden modificarse por cada intérprete y la improvisación es un elemento indispensable.
Las jaranas —guitarras que varían tanto en su tamaño como en su registro musical— son el instrumento principal de los conjuntos jarochos tradicionales, aunque el arpa, el güiro, el marimbol, el violín y el cajón se han ido integrando a los sonidos jarochos. Un elemento indispensable del son es el sonido del zapateado sobre la tarima, lo que liga la parte musical con la parte dancística y con la expresión comunitaria de la música: el fandango.
Cabe mencionar que la palabra son es un nombre genérico con el que históricamente se han reconocido distintos géneros de música popular alrededor de México. Es por esto que tenemos sones huastecos, jaliscienses, istmeños, etcétera.
¿Qué es el fandango?
El fandango es la forma en la que el son se expresa en las comunidades del sur de Veracruz. Es una fiesta que puede organizarse en relación con eventos sociales, políticos o religiosos y a la que normalmente asiste toda la comunidad. En el fandango tiene que haber bailadores, músicos y versadores, además del público asistente.
Los fandangos se originaron entre el siglo XVII y XVIII como una forma de entretenimiento popular en las rancherías y ejidos alrededor de México. Con el paso del tiempo, el término comenzó a relacionarse exclusivamente con las fiestas del Sotavento y con el son jarocho. El fandango se volvió un elemento más de la cultura jarocha y ha permanecido hasta nuestros días como una de las tradiciones culturales más importantes del estado de Veracruz.
El Chuchumbé y la aparición del son jarocho
El son jarocho comienza su historia oficial generando polémica. La primera mención importante al género se hizo a través de una carta que fray Nicolás Montero envió al Santo Oficio como denuncia de una música y un baile “sumamente deshonesto”. En su carta, fechada el 20 de agosto de 1766 en la ciudad de Veracruz, argumenta que este nuevo ritmo “se baila con ademanes, meneos, zarandeos, contrarios todos a la honestidad y mal ejemplo de los que lo ven como asistentes… se baila en casas ordinarias de mulatos…, soldados, marineros y broza”. La Inquisición prestó oídos a la carta para después prestar oídos al son y escandalizarse aún más por su letra irreverente y de alto contenido sexual. La canción de las que hablaba fray Montero era el Chuchumbé y la resolución del Santo Oficio fue prohibirla inmediatamente en todo México.
El Chuchumbé hizo que la iglesia prestara atención a la música popular que se gestaba en Veracruz y durante la década de 1770 hubo varias denuncias sobre cantos y bailes igualmente profanos que se pueden ligar a los primeros ejemplos del son jarocho. En estas mismas denuncias ya aparecen referencias a los fandangos como las fiestas en las que se interpretaba y bailaba este tipo de música. Cabe mencionar que el fandango se reconocía como una fiesta en el que se interpretaba y bailaba música de distintos géneros, por lo que las referencias a fandangos en documentos previos a esta época pueden estar relacionadas con géneros musicales ajenos al son jarocho.
La primera asociación del son jarocho y el fandango con la población de Tlacotalpan se da en 1790 y está documentada en una carta del cura del pueblo a las autoridades civiles. En esta carta se denuncia la conducta poco devota de algunos miembros de la comunidad y se habla de los continuos fandangos que organizaban con cualquier pretesto. Esta es también la primera vez en la que estas tradiciones no se asocian exclusivamente con poblaciones afromexicanas sino con la mezcla de identidades mulatas, indígenas y mestizas.
El reino del fandango
Los fandangos y el son se vuelven extremadamente populares durante el siglo XIX. El auge comercial del Puerto de Veracruz y las industrias que se comienzan a establecer en la región del Sotavento hacen de esta zona un crisol de culturas que le van sumando identidad al son, al fandango y a la cultura jarocha. Las coplas y los bailes siguen siendo objeto de escrutinio por parte de la iglesia e incluso se comienza a decir que el son es la música del diablo y la jarana es su costilla. Sin embargo, la popularidad del son y el fandango estaba tan extendida que todo esfuerzo por demeritarlo resultaba inútil.
Con el paso de los años el fandango se lleno de símbolos y reglas. El orden con el que se suplen los cantadores, los cambios en las parejas de danzantes e incluso la sucesión de instrumentos están totalmente contempladas en una serie de reglas que bien podrían pasar inadvertidas para el observador casual. De la misma forma, hay sones que se deben tocar al inicio —el Siquisiri— o al final —el Pájaro cú— de los fandangos e incluso hay sones que cambian mucho entre las distintas comunidades. El baile también se contempla en las reglas del fandango y hay un orden para interpretar los sones de montón —bailados por parejas de mujeres—, los sones de pareja y los sones mixtos.
El fandango también está rodeado de misticismo. En algunas regiones del Sotavento aún es común bautizar la tarima mediante el sacrificio de un pollo que eventualmente se convierte en el relleno de los tamales de la noche. Entre los jaraneros y los cantadores hay muchos rituales para fomentar la armonía o los pleitos en el fandango e incluso hay sones como el Buscapiés, con los que se cree se atrae al Diablo. El Buscapiés debe incluir versos co plegarias religiosas para evitar que el fandango sea víctima de alguna desgracia a manos de ese personaje que —para muchos pueblos del Sotavento— está representado por una mujer que toca la jarana por las noches.
La llegada del son comercial
El son jarocho y las tradiciones del Sotavento fueron víctimas de la merma cultural que siguió a los años de la Revolución Mexicana. Esto fue apoyado por la llegada de estaciones de radio que promovían la música ranchera como la nueva música mexicana y por la popularidad que ganaron las orquestas danzoneras en la Costa del Golfo. Es en este contexto en el que surge un nuevo “son comercial” que se suma a la agenda oficialista del gobierno mexicano en busca de nuevas tradiciones y expresiones culturales que identificaran a lo mexicano frente al mundo.
La reestructuración del son, impulsada especialmente durante el gobierno de Miguel Alemán Valdés, se vio apoyada por múltiples frentes. Las expresiones culturales jarochas se daban a conocer a través del cine mexicano con películas como Huapango y Sólo Veracruz es bello de 1948, y con el surgimiento de grandes estrellas como Andrés Huesca, Lino Chávez y su Conjunto Medellín y el Conjunto Tlalixcoyan de los hermanos Rosas, éste último presentándose en exclusividad con el ballet folclórico de Amalia Hernández.
Los elementos más icónicos de la cultura jarocha se acoplaron para ser consumidos de forma masiva y el espíritu del Sotavento fue sustituído por jarochos de trajes blancos y bailes estilizados. Las coplas eternas y la improvisación de los fandangos fueron sustituidas por éxitos radiales —como la Bamba— con versos y coros tradicionales. Muchos músicos del Sotavento migraron a las grandes ciudades de México aprovechando la popularidad del género y el sur de Veracruz se fue quedando sin talentos, sin tradición y sin fandango.
El regreso del son
Para los años setenta el son jarocho estaba en una posición muy complicada. En México y el mundo se reconocían los grandes éxitos promovidos desde los cuarenta, pero todas estas canciones y el nuevo concepto de lo jarocho tan solo eran un extracto de la tradición a la que representaban. En el Sotavento cada vez había menos jaraneros, lauderos, versadores, cantadores y conocedores de los sones tradicionales. México no sintió la pérdida, pues el son jarocho nunca había salido del sur de Veracruz antes de su comercialización.
Es en este momento en el que al son le llega una bocanada de aire fresco desde el pasado. El Grupo Mono Blanco, un conjunto jarocho que surge a mediados de los setenta y que además se encarga de hacer investigación y divulgación del son y el fandango, le muestra a todo México la cara del son tradicional a través de la voz y la jarana de Arcadio Hidalgo. Don Arcadio reunía en su persona toda la tradición sonera del Sotavento —no sólo era un gran sonero y jaranero, sino un versador distinguido y poseedor de un enorme acervo de sones tradicionales— y grabó muchos sones junto con Mono Blanco. A partir de este momento muchas agrupaciones e instituciones culturales voltean a ver una tradición agonizante que aún podía ser rescatada. Y el rescate comenzó a planearse.
En la segunda mitad de la década de los ochenta el Instituto Veracruzano de Cultura, el Instituto Nacional Indigenista y distintas agrupaciones —como el mismo Grupo Mono Blanco— comenzaron a promover fandangos y encuentros de jaraneros por todo el sur de Veracruz. Estas reuniones tenían como meta recuperar el son poniendo en contacto a todos los actores necesarios para que la tradición pudiera ponerse en movimiento nuevamente. La cosa no era sencilla pues a la falta de músicos se le sumaba también la falta de instrumentos y del conocimiento para hacerlos, los sones tradicionales tampoco abundaban y eran pocos los versadores que aún contaban con las herramientas para la composición de sones tradicionales. Los encuentros de jaraneros tuvieron que integrar talleres de laudería, de composición y de zapateado, pero también se redoblaron los esfuerzos para encontrar sones tradicionales olvidados.
A menos de treinta años de que dieron inicio los esfuerzos para la recuperación del son en el Sotavento, la tradición parece estar tan saludable como en sus buenos tiempos. No solo hay una gran cantidad de agrupaciones que han integrado nuevas corrientes musicales al son tradicional, sino que cada vez existen más estudios académicos y gente interesada en uno de los géneros musicales más emblemáticos de México. Incluso algunos versos del Chuchumbé han sido recuperados de siglos atrás para sumarse al repertorio de los jaraneros contemporáneos. Y si les queda la duda de por qué la iglesia se escandalizó al escuchar aquellas coplas hace más de 250 años, aquí les dejo un poco de aquel son…
“En la esquina está parado
Un fraile de la Merced,
Con los hábitos alzados
Enseñando el chuchumbé.”