¿Recuerdas que hace un tiempo te conté sobre el ocelopilli, mejor conocido como guerrero jaguar? Pues en esta ocasión te contaré sobre el mítico cuauhpilli o guerrero águila del imperio mexica, quien era un soldado de élite preparado para cualquier contingencia, con grandes conocimientos teóricos y una resistencia física sin igual, a la par de los más emblemáticos guerreros de la Historia.
Tanto los miembros de la orden del ocelopilli como los pertenecientes a la de los cuauhpilli eran educados desde los siete años en el arte de guerra y en los más profundos conocimientos de la toltequidad.
Bien se sabe que los niños mexica nacían con un destino escrito por los dioses y, dependiendo del día en que nacían y de otros factores, se definía la profesión o el oficio para los que serían educados. Tal vez poeta, soldado o médico. Eso si después de su nacimiento había superado su primer baño de agua fría, firme testimonio de que era apto para la vida en la tierra.
Todos los niños ingresaban a la escuela de su barrio a la edad de siete años, donde se le impartía educación básica sobre la guerra y el trabajo físico. Sin embargo, cada niño era educado por un maestro distinto de acuerdo a su destino (tonali). Si su camino era ser soldado, dependiendo de sus habilidades y de si los dioses le seguían favoreciendo, llegaría a integrarse a las filas del impresionante ejército de Tenochtitlan, del que sólo unos pocos elegidos llegarían a ser guerreros jaguar. Aquí a continuación se detallan los pasos a seguir para poder llegar a ostentar este poderoso título.
En primer término, se requería haber concluido en forma destacada los estudios que se impartían en algunas de las instituciones de enseñanza superior, conocidas como calmecac. En segundo lugar, era preciso haber participado como guerrero en por lo menos tres campañas militares y haber dado muestras de una gran valentía.
Finalmente, se necesitaba la aprobación de las autoridades del calpulli (barrio) en cuya localidad se habitaba, las que debían avalar la buena conducta del solicitante y atestiguar que se trataba de una persona caracterizada por un manifiesto interés hacia los problemas de su comunidad.
Al ingresar como aspirantes, los jóvenes abandonaban sus hogares y se trasladaban a residencias especiales en donde iniciaban un periodo de aprendizaje que se prolongaba por cinco años.
Durante dicho periodo, además de fortalecer su cuerpo y su espíritu a través de una rigurosa disciplina, comenzaban a ponerse en contacto con el nivel más elevado de las antiguas enseñanzas. Les eran impartidos conocimientos sobre teogonía, matemáticas, astronomía, botánica, lectura e interpretación de códices.
El alto grado de dificultad, tanto de los estudios que realizaban como de las disciplinas a las que tenían que ajustarse, hacía que el número de aspirantes se fuera reduciendo considerablemente en el transcurso de los cinco años que duraba la instrucción.
Al terminar la instrucción venía un período de pruebas, durante el cual los aspirantes tenían que dar muestras de su capacidad de mando (dirigiendo un regular número de tropas en diferentes combates) y de su habilidad para aplicar en beneficio de su comunidad los conocimientos adquiridos.
Finalmente, una vez concluido este período, los aspirantes que habían logrado sortear satisfactoriamente todos los obstáculos eran admitidos como miembros de la orden, y se les otorgaba en una impresionante ceremonia el grado de ocelopilli.
Nos cuenta el maestro Antonio Velasco Piña en su libro “Tlacaelel, el azteca entre los aztecas” que, con la obtención del grado de ocelopilli (guerrero jaguar), se otorgaba al mismo tiempo la calidad de aspirante cuauhpilli.
Pues así como el ocelopilli era la representación del ser que es ya dueño de sí mismo y que se encuentra al servicio de sus semejantes, el cuauhpilli simbolizaba la conquista de la más elevada de las aspiraciones humanas: la superación del nivel ordinario de conciencia y la obtención de una alta espiritualidad.
Cuenta el citado autor que, aún cuando los principales esfuerzos de la orden estaban dirigidos a prestar a sus miembros la máxima ayuda posible, alentándolos en su empeño y proporcionándoles los valiosos conocimientos de que era depositaria, la realización interior que se requería para llegar a ser un cuauhpilli era resultado de un esfuerzo puramente personal.
Cada aspirante debía escoger su propio camino para lograr esta meta y debía recorrerlo hasta lograr una supremacía espiritual que llevase a la orden a reconocer en él a un ser que había logrado realizar el contenido ideal en el más venerable de los símbolos náhuatl: el águila —expresión del espíritu—.
Imagínate el esplendor de un cuauhpilli, con su vistoso traje de plumas, oro y piedras preciosas y su destreza para combatir y capturar a sus enemigos con los movimientos veloces de su macuahuitl (es la espada mexica). Sin dudas, un espectáculo digno de admirar.