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¿Hablamos cada vez peor español?

by Ana Bulnes 25 Mar 2019

«El Quijote empleó casi 23.000 palabras diferentes. Hoy un ciudadano medio utiliza 5000». Con esta afirmación tremendamente tuiteable tituló El Mundo en 2015 una reseña sobre El pequeño libro de las 500 palabras para parecer más culto, de Miguel Sosa. No sé cuánta gente acabaría comprando el libro, pero seguro que muchas menos personas que las que compartieron el titular en redes sociales.

El mensaje está claro: cada vez hablamos peor.

Pero ¿cuánta verdad hay en esa afirmación? Y, sobre todo, ¿tiene sentido comparar el número de palabras diferentes que usa una obra literaria con lo que se supone que usa un hablante? Vayamos por partes.

¿Cuántas palabras tiene El Quijote?

En total, total, total, la versión del ingenioso hidalgo que está online en Proyecto Gutenberg (es la que han usado para hacer la cuenta distintas fuentes), tiene 381.104 palabras. Son 186.895 en su primera parte y 191.224 en su segunda parte. El resto es el prólogo.

Si contamos solo las palabras diferentes, tenemos, incluyendo el prólogo, 22.939 palabras. Podemos redondear en 23.000.

¿Cuántas palabras diferentes utiliza un hablante medio de español?

Aquí empiezan los problemas, porque ese recuento es mucho más difícil. Lo de las 5000 palabras es algo que dice, por ejemplo, este artículo de Cinco Días —y dice que son las palabras de los «muy cultos», que los ciudadanos medios no llegan a 1000—, pero no cita fuente. En otro artículo se dice que es algo probado por numerosos estudios.

Pero hay otras versiones. En primer lugar, hay que distinguir entre vocabulario activo y pasivo. El activo está formado por esas palabras que conocemos y utilizamos y el pasivo por las que conocemos y no solemos utilizar (pero las entendemos). Se supone que esas 5000 famosas palabras que utiliza el hablante medio o culto —según fuentes— son vocabulario activo.

No obstante, en Rinconete, el blog del Centro Virtual Cervantes, Enrique Bernárdez decía en 2014:

Suele calcularse el vocabulario pasivo de las personas con una formación académica media en torno a quince, veinte o treinta mil palabras (…). de todas esas palabras, de seis mil a diez mil o algo más (quizá hasta veinte mil, según la cultura) formarían el vocabulario activo, aunque con muchas diferencias de unas personas a otras. El mínimo del «vocabulario personal» estaría, para lenguas de nuestro ámbito cultural, en torno a las dos mil: quien conoce (activa y pasivamente) menos de ese número de palabras suele decirse que carece de instrucción suficiente y puede considerarse «casi analfabeto» pero no solo en la lengua escrita: sería una persona incapaz de comunicarse adecuadamente en distintos contextos y con distintos fines y personas; dispondría del vocabulario habitual de un niño de seis años, que para un adulto dista mucho de ser suficiente.

Da igual, las redes sociales se están cargando el español, ¿no?


Si de verdad los jóvenes tienen tan poco vocabulario como las fuentes alarmistas nos quieren hacer creer, hay que buscar un culpable. Hace años se hablaba del lenguaje SMS como asesino del español, lo que ahora suena un tanto ridículo. Ese uso abreviado respondía a una necesidad; desaparecida la necesidad, desaparecido el uso.

Ahora en redes sociales y en Whatsapp también se ven muchos usos poco ortodoxos de la lengua, pero son usos que también responden a algo: a la velocidad, la comodidad, la situación social. Que a un alumno se le escapen varios xq en un examen no significa que crea que es como se escribe porque. Y, de todas formas, con esto nos referimos a la lengua escrita y a temas ortográficos que poco tienen que ver con la riqueza léxica. ¿Hemos perdido vocabulario al hablar?

El rollo, la cosa, el coso, la movida… Estas palabras comodín suelen ponerse como ejemplo de empobrecimiento léxico, pero yo —basándome únicamente en mi propia experiencia, esto no es un estudio ni un texto académico— diría que son más bien ejemplos de vagancia clásica que ha existido siempre. Si dices «pásame la movida esa» y tu mensaje de verdad llega al receptor, es porque estás dando la información precisa de otro modo (posiblemente señalando la movida). Si lo dices por teléfono es porque habéis hablado de «la movida esa» antes y el interlocutor sabe a qué te refieres. Si ese joven díscolo y vago carece de información contextual en la que apoyarse, posiblemente haga un esfuerzo y, en vez de movida, diga la palabra exacta.

Entonces son los medios de comunicación los culpables

A veces también se culpa a los medios de comunicación: si ellos simplifican y usan menos palabras para adaptarse a un público amplio y diverso, la ciudadanía también lo hará. Pero todo parece indicar que no han simplificado nada: como recoge Humberto López Morales en El futuro del español, la «riqueza léxica» —la relación entre el número de palabras con contenido semántico (es decir, las que significan algo y no solo indican una función gramatical tipo de o que) y el número total de palabras de un texto— de la mayor parte de los medios hispanohablantes anda entre el 67 y el 68%. En la línea de textos literarios (un ensayo de Carlos Fuentes analizado está en el 69,7%).

¿Y los hablantes?

En la lengua hablada de ese mismo país [México] los datos son los siguientes: nivel culto, 68,5 %; nivel medio, 62,5 %; nivel popular, 56,5 %.

Ni tan mal.

¿Es justo comparar el vocabulario del Quijote con el de los hablantes medios?

En Verne el año pasado hicieron su cálculo de palabras del Quijote y decidieron salir a la calle a preguntar a la juventud por el significado de algunas de ellas: bocací, faldellín, greguesco… ¿Las conocían? Claro que no, igual que la mayoría de nosotros (listillos, absténganse). Sería fácil concluir que esto es el apocalipsis, pero no es así. Como bien completaba el reportaje de Verne, es normal que no se conozcan palabras de hace varios siglos, especialmente cuando hacen referencia a realidades que ya no existen.

¿Qué pasaría además si a principios del siglo XVII, de cuando es El Quijote, alguien hubiese salido a la calle a preguntar por palabras? Pues si hubiesen estado escogidas para pillar, como en la encuesta anterior, un poco lo mismo: Cervantes jugó mucho con variedades y registros. Lo culto, lo popular, lo dialectal… Y, como indicaba el artículo de Verne, el propio ingenioso hidalgo hablaba raro para su época.

Es muy fácil llevarnos las manos a la cabeza cuando nos encontramos con alguien más joven —si es alguien mayor lo dejamos pasar— que desconoce el significado de una palabra que para nosotros es básica. Pero lo que no contamos es la parte en la que esos adolescentes hablan entre ellos y nosotros no entendemos ni una palabra de lo que dicen. Su lengua es la reciente, la novedosa, por donde entran muchos de los neologismos que probamos y que, si no calan, si dejan de ser necesarios, son ellos mismos los primeros en abandonar.

Pero si entran y se quedan unas décadas, esos neologismos de ahora serán las palabras que harán que alguien se escandalice en el siglo XXII si su sobrino nacido en el año 2119 no conoce.

Estos jóvenes de ahora se están cargando el español.

* Yo soy la primera que se escandaliza con la gente que escribe mal y tengo tolerancia cero ante las faltas de ortografía. Pero sé muy bien que es en realidad algo un tanto clasista.

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