Photo: Galicia Sustentable

Los monumentos más feos de la Ciudad de México

Ciudad de México
by Rulo Luna Ramos 2 Oct 2019

La Cabeza de Juárez

 

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Vamos a empezar por lo obvio. La Cabeza de Juárez no es sólo el monumento detrás de la idea de hacer esta lista, este ominoso y extraño arco ha encabezado un montón de encuestas y listados por ser una de las obras arquitectónicas menos agraciadas de México. Se encuentra al oriente de la Ciudad de México y es el punto de referencia más importante de esta zona de Iztapalapa. Su construcción empezó en 1972 y estuvo a cargo de los arquitectos Lorenzo Carrasco y Miguel Ramírez Bautista. Los murales de la base se le encargaron a Siqueiros, pero el muralista cayó enfermo y murió antes de poder iniciar el proyecto por lo que la tarea fue llevada a cabo por su cuñado, Luis Arenal. La obra se concluyó en 1976 e inmediatamente cayó en el olvido.

Durante casi tres décadas la monumental cabeza sufrió las consecuencias del abandono absoluto. Los colores que la adornaban se perdieron bajo capas de suciedad y pintas; su interior se volvió un refugio para las bandas delictivas de los alrededores e incluso se dice que fungió como una cárcel clandestina de la Policía Federal de Seguridad, un organismo desaparecido en 1985 y que tenía fama de llevar a cabo acciones poco ortodoxas —tortura, desapariciones forzadas y ese tipo de cosas— para resguardar al gobierno de grupos opositores. 

En el año 2000 se puso en marcha un proyecto para recuperar el monumento y convertirlo en un centro cultural. Se le dio una buena mano de pintura a la escultura, se rehabilitaron los jardines de los alrededores y se inauguró el Museo Cabeza de Juárez, donde se pueden apreciar obras relacionadas con la vida y obra de Don Benito. En el museo también se dan talleres y otras actividades culturales gratuitas.    

 

La Estela de Luz

 

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En 2009 se anunció la construcción de un nuevo monumento para conmemorar los doscientos años del México independiente. Se dijo que estaría a la altura de las grandes obras arquitectónicas de principios del siglo XX, como la Columna de la Independencia o el Monumento a la Revolución y que sería una de las primeras grandes obras arquitectónicas de México en el siglo XXI. Tres años después la Suavicrema llegó para iluminar nuestras vidas y las tranzas del gobierno mexicano. 

La Estela de Luz —mejor conocido entre los mexicanos como la Suavicrema por su parecido a una galleta wafer— es un adefesio que se levanta frente a la Puerta de los Leones en Chapultepec. Se inauguró a principios de 2012 y muchos la consideran un insulto al buen gusto, pero más allá de su fealdad, este monumento lleva consigo el estigma de ser un homenaje a las peores mañas de los gobiernos mexicanos

Las irregularidades iniciaron con el concurso para elegir el proyecto ganador para construir el nuevo monumento y no pararon ahí. La Suavicrema terminó costando casi siete veces más que el presupuesto que originalmente se aprobó para su construcción y el proyecto acabó siendo una mera sombra de lo que se proyectó inicialmente. De los 25 mil metros cuadrados para construir un arco del triunfo, se entregaron 8 mil metros y una estructura de metal con luces. Eso sí, después de un retraso de casi dos años, se inauguró sorpresivamente veinticuatro horas antes de lo planeado para evitar a las turbas iracundas que seguro iban a manifestarse durante el evento. Durante la inauguración del monumento, el entonces presidente de México, Felipe Calderón, dijo que las modificaciones al proyecto hicieron que la Suavicrema fuera “capaz de resistir circunstancias de viento y sismos”.   

La Estela de Luz sigue en pie y sus mil setecientos paneles se iluminan cada noche en uno de los cruces más importantes de la ciudad. Es difícil que pase inadvertida. Pero los que la vemos rara vez pensamos en su intención patriótica y más bien la consideramos el más grande monumento a la corrupción en México. 

 

El Caballito

 

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Enrique Carbajal, mejor conocido como Sebastián, es un escultor mexicano que siempre ha generado polémica. Las esculturas monumentales de este artista se encuentran por todos lados, desde Chimalhuacán hasta Montevideo, pasando por Buenos Aires y Hokkaido. Ha recibido importantes premios en México y el extranjero y se le considera uno de los escultores más importantes de su generación. A pesar de sus méritos, lo abstracto y monumental de sus obras no resuena con la mayoría de los mexicanos y —gracias al protagonismo que adquieren donde sea que las pongan— siempre se convierten en el foco de las críticas más ácidas. Además, la relación del escultor con el gobierno mexicano y los contratos millonarios que se le han otorgado desde hace décadas, tampoco resultan del agrado de todos. 

Cabeza de Caballo, conocida popularmente como El Caballito, es la escultura más famosa de Sebastián en la Ciudad de México. Se encuentra en la esquina de Paseo de la Reforma y Bucareli, frente al edificio de la Lotería Nacional. Sus extrañas formas y su color amarillo intenso la vuelven un referente de la zona y a pesar del odio que gran parte de los chilangos le profesan, ya es parte de la identidad de la ciudad. El Caballito se inauguró en 1992 y llegó a sustituir la Estatua Ecuestre de Carlos IV —a la que los mexicanos también le decimos El Caballito— de Manuel Tolsá, que estuvo en este sitio hasta 1972. La monumental mole amarilla es un respiradero del drenaje profundo, lo que explica el peculiar olor que a veces hay por esta zona.

Personalmente, no considero que El Caballito sea una obra que rompa de forma brusca con el ambiente urbano que la rodea. Tampoco es que sea fanático de Sebastián, pero si vamos a hablar de cosas disruptivas, armatostes como el Guerrero Chimalli de Chimalhuacán, la Cabeza de Coyote de Ciudad Neza y el Ángel Custodio de Puebla, le ganan por mucho a nuestro odiado Caballito. 

 

El Vigilante

 

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Aunque esta monumental escultura no se encuentra técnicamente en los límites de la Ciudad de México, está lo suficientemente cerca como para incluirla en la lista. El Vigilante es un coloso de casi treinta metros de altura que se levanta en el camellón de la carretera que va de Indios Verdes a Pachuca Se trata de un hombre en cuclillas con máscara de pájaro y alas, o sea, el mismo personaje que el escultor mexicano Jorge Marín ha replicado hasta el cansancio y en el que se basa toda su obra más conocida. 

La escultura se encuentra en la ruta a Teotihuacán, un camino que he tomado en varias ocasiones desde que se inauguró esta obra en 2016. En más de una ocasión he pasado por enfrente en compañía de amigos que se encuentran visitando México y debo decir que la expresión más común que sale de sus bocas es un sonoro “what the fuck is that?” —que bien podríamos traducir como “¿qué chingados es eso?”. Y no sé ustedes, pero yo no suelto ese tipo de expresiones cuando me encuentro frente a algo que me resulta agradable a los sentidos. 

Ecatepec no es de los municipios más agraciados del Estado de México y la presencia de El Vigilante sólo acentúa ese aire irreal de toques post apocalípticos que domina la región. Le pregunté a varios de mis conocidos que les inspiraba este monumental hombre pájaro. La respuesta más recurrente fue “miedo”.