Tal como hoy en día, el amor entre parejas en el México prehispánico llegó a institucionalizarse como la unión entre dos personas con la finalidad de procrear y formar una familia. Las bodas entre los mexica se celebraban por amor, especialmente en las clases bajas que sí podían contraer matrimonio por amor (aunque también requerían la autorización de los padres), o por poder, como sucedía en las clases altas, donde casi siempre los matrimonios eran arreglados.
Las bodas eran igual que en toda época y lugar, una celebración a la que acudían los familiares y amigos de los novios, pero con ciertas variantes. Por ejemplo, se invitaba al director de la escuela del novio a la casa de éste para ofrecerle un banquete y para que oyera el discurso por parte de un pariente mayor del novio, quien se explayaba sobre el deseo del joven por casarse con determinada mujer. Si el director (tepuchtlato) consideraba que el joven estaba preparado para el matrimonio, entonces le daba su aprobación y se comenzaba con los preparativos.
Todo muy romántico, ¿no?
Sin embargo, el amor no siempre es eterno y por ello existían también los divorcios, de lo cual nos hablan las leyes del rey poeta del reino de Texcoco, Nezahualcóyotl:
“Que si alguna persona fuese casado y la mujer se quejase del marido y quisiese descasarse, que en tal caso los hijos que tuviese ella con él los tomase y los bienes fuesen perdidos por iguales partes, tanto el uno como el otro; entiéndase, siendo culpable el marido”.
Pero también el hombre tenía derecho a la queja:
“Que el marido pudiese repudiar a la mujer floja y descuidada en los ministerios de su casa, o si fuese inquieta o pleitista, y así mismo pudiese ella separarse del marido”.
¿Cuáles eran las causas del divorcio?
Pues prácticamente las mismas que hoy en día: la queja constante de la actitud de la pareja, ya sea en cuestiones económicas, sentimentales o por violencia de cualquier tipo y, la más común de todas, el adulterio.
Tal parece que esta afición humana no es propia de un grupo en especial y es que, al final de cuentas, la naturaleza nos diseñó a todos los seres vivientes con sensaciones que nos hacen cometer este tipo de acciones que dañan a la pareja. Por ello, teniendo en cuenta que la biología no puede rechazarse, en todo el mundo se han tenido que crear leyes desde la antigûedad para evitar estas penosas situaciones que, una vez más, nos ilustran las leyes de Nezahualcóyotl, que al parecer no tenían consideración alguna por los adúlteros y para muestra la siguiente:
“Que si alguna mujer hacía adulterio a su marido, ella y el adúltero fuesen apedreados en el tianguis y, si el marido no lo viese, sino que por oídas lo supiese, se fuese a quejar, y averiguandolo ser verdad, ella y el adúltero fuesen ahorcados”.
¿Radical, no? Esto es lo que nos cuenta el libro “Historia antigua de la conquista de México” de Orozco y Berra. Con ese temor a la muerte era más difícil que las parejas terminaran sus relaciones por este tipo de malas jugadas, pero hay más:
“A las que sirviesen de terceras o alcahuetes para con mujeres casadas, pena de muerte, ahorcadas, aunque no se hubiese seguido el delito”.
Hasta aquí podrías pensar que el adulterio era muy duro con las mujeres, ¿pero qué hay del castigo para los hombres adúlteros? Nezahualcóyotl fue un hombre adelantado a su tiempo y en su figura podemos reconocer a un hombre justo, sabio y equitativo que no daba preferencias a nadie. Mira lo que sucedía con los hombres que traicionaban la confianza de su esposa:
“El varón (adúltero) moría asado vivo y, mientras se iba asando, lo iban rociando con agua y sal hasta que ahí perecía y a la mujer la ahorcaban…”.
Pero el asunto tenía agravantes, porque si el adulterio se cometía habiendo una familia de por medio entonces el castigo era peor:
“Al papá que era hallado con una mujer le mataban secretamente con un garrote, e lo quemaban, e derribándole su casa y tomábanle todo lo que tenía, y morían todos los encubridores que lo sabían y callaban”.
Las penas eran duras pero todo debía llevar un proceso, no se podía acusar a alguien por simples sospechas:
“A ninguna mujer ni hombre castigaban por este pecado de adulterio si solo el marido della acusaba, sino que había de haber testigos y confesión de los malhechores…”.
Y no podía darse el caso de tomar justicia por propia mano, pues la ley era inviolable, como acabas de leer, así que el hecho de que una pena estuviese para cumplirse no le daba derecho a nadie de ejecutarla por sí mismo, sino que debía acudir con los jueces:
“Tenía muerte el que mataba a su mujer por sospecha o indicio y, aunque la tomase con otro, sino que los jueces habían de castigar”.
Así que como puedes apreciar, la sociedad nahua tenía muy claras las debilidades humanas y por ello diseñó un duro pero efectivo sistema legislativo, cuya violación casi siempre ameritaba la muerte.
Bibliografía:
“Historia antigua de la conquista de México” de Orozco y Berra.
“Historia chichimeca” Fernando de Alva Ixtlilxochitl.