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11 cosas que los venezolanos hacemos mejor que nadie

by Maholy Rossell 2 Oct 2015

1. Somos inmune al “chalequeo”.

El chalequeo es muy normal… sin importar el lugar y el momento. Y ante esas típicas bromas del venezolano, unas ligeras y otras pesadas, si te molestas, pierdes.

El chalequeo implica la capacidad de reirnos de nuestras propias desventuras. Cualquier situación puede promoverlo, desde pronunciar mal una palabra hasta actuar raro delante del chico/a que te gusta y que tus amigos se den cuenta. Por ejemplo, si estás con los panas y quieres quedar bien demostrando tus hazañas en patineta pero de repente caes al suelo, lo más probable es que se rían hasta llorar mientras graban un video y lo suben a YouTube. Muy posiblemente, también te darán un apodo por unas semanas. Todo va a estar sujeto a tu reacción, la cual será crucial para determinar lo mucho que te vayan a chalequear: así que si te ríes de ti mismo junto a los demás, serás el más pana y quizás no te pongan ningún apodo… pero si reaccionas con mal humor o lloras, pues firmarás tu sentencia y estarás frito.

2. Sabemos cómo «ser pana» ante cualquier situación.

Si te presentan a alguien que te cayó muy bien, simplemente dices “ese chamo si es pana”. Si necesitas dinero prestado, acudes a tu mejor amigo y le dices “pana, préstame unos 100 ahí” y no te da pena en lo absoluto. Para las fiestas, siempre pasarán la invitación con un título similar a “pa’ la playa con los panas”. Si el profesor te dio el punto que te faltaba para pasar la materia, de seguro será un “profesor pana”. Así el venezolano no sepa quién sea la persona que se encuentre en el autobús o por la calle, siempre será “pana”; es decir será amable, amigable, cariñoso, genial, chalequeador.

Para un venezolano, los amigos que tiene son los más panas del mundo. La señal al encontrarse con un pana del alma por la calle es bien fácil de reconocer: un apretón de manos, seguido de un abrazo fuerte con una sonrisa grande en el rostro.

3. Podemos sacarle conversación hasta a una planta.

Un venezolano jamás puede pasar más de una o dos horas en silencio. No quiere decir que seamos fastidiosos, sino que la necesidad por ser pana es inmediata. Además, entre venezolanos, a todos nos sucede lo mismo, así que a nadie le va a molestar ese impulso por conversar.

En un banco, puedes saludar a una persona como si lo conocieras desde hace años y esta te responderá con la misma predisposición, pero si te preguntan quién es no tendrás ni la mínima idea. Estar en silencio en una sala de espera de un consultorio médico no dura mucho tiempo: siempre habrá alguien que empiece hablando del clima y luego terminarán cambiando los números telefónicos para hacer una parrillada en la casa del campo o de la playa. Olvídate de silencios incómodos con el taxista: si tú no eres el primero en sacarle conversación, entonces él lo hará por ti.

4. Medimos todo en base a “un pelo”.

Hay personas que discuten si el sistema decimal de medidas es mejor que el sistema anglosajón de unidades… que si mejor medir en centímetros o en pulgadas. Los venezolanos lo simplificamos y medimos todo en base a «un pelo».

Si te sirven cerveza en un vaso, dices “échale un pelo más”. Estás pintando las paredes de tu casa por fechas decembrinas, cuando ves que “le falta un pelo más”. Corres rápidamente para poder tomar el autobús, y te alegras a último minuto, porque “por un pelo que me deja”. Te llaman tus panas para saber cuánto te demoras en llegar, te preguntan «¿por dónde vienes?» y tu respuesta es “me falta un pelín, ya voy cerca”. Lo nuestro es la precisión…

5. Encontramos una mirada optimista ante las situaciones más adversas.

Aunque empecemos el día con el pie izquierdo, la plancha nos queme la camisa para ir al trabajo, pase un carro a toda velocidad por un charco de agua cercano dejándonos empapados, un compañero de trabajo se coma nuestro almuerzo y hayamos perdido el último bus… lo más probable es que los venezolanos lo recapitulemos con mucha gracia, riéndonos de los infortunios sin darles demasiada importancia.

Muchos dirían cosas como “hoy me levanté y pisé un lego, me fui de boca al piso y me golpeé muy duro. ¡Pero al fin encontré el lente de contacto que me hacía falta!”. O “el carro me mojó, así que por eso me devolví a casa para cambiarme… pero así aproveché de ver la última parte de la novela”. Incluso, “el bus se me pasó, pero de tanto que corrí para alcanzarlo saqué piernas. ¡Mira!, las tengo definidas”. Optimismo a prueba de todo.

6. Somos capaces de viajar en la puerta del autobús.

Cómo olvidar esos momentos en los que los jóvenes estudiantes de bachillerato salen de sus clases a las 5:00 o 6:00 de la tarde y las paradas de transporte están llenas de pasajeros esperando el autobús… Pues para no llegar tarde a casa y encontrar la furia de mamá, entonces mejor subirse al autobús así quedes en la puerta.

Es muy natural ver la siguiente imagen: el autobús inclinado hacia el lado de la puerta, 11 personas guindadas en la misma, más el colector -que va agarrado del manubrio de la puerta, colgado en el aire como si fuera una bandera-. Como somos optimistas por naturaleza (ver punto anterior), se pueden encontrar ventajas poco convencionales: uno no necesita sostenerse de nada, puesto que las demás personas le servirán de colchón para evitar caerse.

7. Podemos dormir con música a todo volumen.

Los venezolanos tenemos la habilidad sorprendente de escuchar música en todo momento. Escuchamos música para despertar: por lo general las alarmas no suenan con el típico “bip bip bip”, sino con la canción que más nos guste. También escuchamos música en el baño, cantando muy alto e imaginando que somos grandes artistas aclamados en un concierto. Y luego, es elemental poner música mientras nos vestimos. Escuchamos música en el carro… Y si no se tiene un carro, pues escucharemos música en el autobús o en cualquier transporte público en el que subamos. Escuchamos música en el trabajo, caminando por la calle, trotando, haciendo las compras en el mercado… hasta en el consultorio del médico lo más probable es que haya música. Y para finalizar el día, escuchamos música para dormir.

8. Hemos desarrollado la habilidad de zambullirnos en medio del tráfico para agarrar un taxi.

Cuando los venezolanos estamos en apuros y encontramos un taxi desocupado en pleno semáforo, hemos desarrollado la habilidad de bloquear nuestro instinto de preservación: nos lanzamos entre las motos y buses, deteniendo al taxi (y al resto de los conductores). Lo mejor del caso es que el taxista espera a que lleguemos a subirnos, así esté el semáforo en verde. Por un breve momento, reina el caos: las cornetas de los otros carros ensordecen y nos caen lluvias de insultos por doquier por haber parado el tráfico. Luego avanzamos y todo sigue normal.

9. Podemos trepar en cualquier árbol sin morir en el intento.

En muchas casas antiguas y liceos venezolanos acostumbran a sembrar muchos tipos de árboles, en especial el de mango. Aquellos que siendo niños no hayan tratado de subirse a las matas de mango o alguno de los otros árboles de sus colegios, no son venezolanos.

Lo que cambia, con la edad, es cuán a escondidas lo hacemos. La mayoría de los jóvenes forman grupos para “cubrirse las espaldas” unos con otros y que el director del colegio no los pille subiéndose a las matas. Pero los más adultos suben a árboles y se toman una selfie para luego decir “en Mérida, vista desde arriba”.

10. Somos un radar de “chinazos”.

Y además, los venezolanos tenemos la habilidad más grande del planeta de transformar cualquier expresión en un chinazo. Los chinazos son frases que decimos de una manera en particular y que se prestan para hacer chistes con doble sentido en contra de quien dijo dicha frase. Algunos ejemplos para los que no son venezolanos. Cuando alguien menciona “chamo, dame la cola del paraíso”, lo más probable es que la otra persona responda “¡Aaaay chinazoooo!”. Si dos amigos hablan de sus teléfonos inteligentes y uno dice “pana el tuyo es más grande que el mío”, seguro el otro responderá “¡Chinazoooo!”. Y ordenar un simple café es todo un arte. Que a nadie se le ocurra, al ordenar un café, pedirle al mesero uno negro, grande, fuerte y/o caliente… ¡Chinaaazooo!.

11. Celebramos absolutamente todo.

Todas las ocasiones de la vida se celebran, no solamente una graduación universitaria o un matrimonio (y por todo lo alto). Al mejor baby shower del siglo le sigue la celebración del nacimiento del bebé alquilando un salón de fiestas. Luego, el primer mes de vida del niño con una torta en la casa, invitando a toda la familia y los panas. Para el primer año del pequeño, pues se hace la mega rumba. El niño se gradúa de preescolar, pues hagamos caravanas con mensajes escritos en la parte trasera de los carros diciendo “mi hijo ya es camisa blanca”. Y alquilemos un local para la rumba, claro. Así somos los venezolanos, llenos de ocurrencias para llevar con mucho ánimo y frescura cada momento de nuestras vidas.