Año tras año, el día 12 de diciembre tiene lugar en la Ciudad de México una de las peregrinaciones más grandes del mundo en honor a la Virgen de Guadalupe que -según cuenta la leyenda-, se apareció en el cerro del Tepeyac, en 1531. Tan solo en 2018 se batió el récord de participación, con 7 millones 880 mil asistentes provenientes de todas partes del país. En este artículo te contaré sobre la historia del cerro del Tepeyác y los orígenes prehispánicos de esta peregrinación que cada año cobra más fuerza.
Vayamos en orden: el lugar donde se encuentra hoy la Basílica de Guadalupe se encuentra en el Cerro Tepeyac, palabra que proviene del náhuatl “Tepeyacac” que se compone de dos palabras: tepetl (cerro) y yacatl (nariz). Los españoles, al no poder pronunciarlo bien, solo lo nombraban “Tepeaca”.
Mucho antes de las apariciones de la Virgen, en ese cerro había un templo dedicado a la deidad Tonantzin, como nos lo cuenta Bernardino de Sahagún en “Historia general de las cosas de la Nueva España”.
«Ahí en Tepeaca , donde ahora está la iglesia que usted mandó construir hacían muchos sacrificios a honra de una diosa de nombre Tonantzin…”.
¿Quién es Tonantzin? Dice Sahagún: “La primera de estas diosas se llama Cihuacóatl, que quiere decir “mujer de la culebra”, y también la llamaban Tonantzin, que quiere decir ‘nuestra madre’”.
Líneas más adelante, sostiene que:
“Decían que esta diosa daba cosas adversas como pobreza, abatimiento, trabajos; aparecía muchas veces, según dicen, como una señora compuesta con unos atavíos como se usan en palacio. La llamaban Tonantzin, que quiere decir “nuestra madre” (…) dicen que traía una cuna a cuestas, como quien trae a su hijo en ella”.
¿”Nuestra madre”? ¿Apariciones? Suena familiar ¿verdad?
Sahagún la identifica como una advocación de la diosa Cihuacóatl y Clavijero en su “Historia antigua de México” la relaciona con Centéotl (deidad del maíz), y también la llama “nuestra madre”:
“Tonantzin, nuestra madre, era según creo, la misma diosa que Cintéotl, de quién ya he hablado…”.
Por otra parte, Durán en “Historia de las Indias de Nueva España” identifica a Cihuacóatl con Xilonen (diosa de las espigas de maíz):
“Lo primero que hacían era que, veinte días antes de esta fiesta, compraban una esclava y la purificaban y luego la vestían a la misma manera que está vestida la de piedra (Cihuacóatl), de blanco toda, con su manto blanco. La cual, así vestida, representaba a la diosa (…) llamaban a ésta india Xilonen”.
Por último, Alfonso Caso en “El pueblo del sol” dice al respecto:
«Coatlicue tiene en los mitos aztecas una importancia especial porque es la madre de los dioses, es decir, del Sol, la Luna y las estrellas (…) y por eso se la llama «nuestra madre», Tonantzin, Teteoinan, «la madre de los dioses», y Toci, «nuestra abuela».
Así que como puedes apreciar, Tonantzin es sólo un nombre que reciben ciertas diosas que son consideradas madres de los nahuas.
Tal era la devoción de los pueblos de Anáhuac por esta diosa, que incluso también hacían peregrinaciones, mucho antes de la llegada de los españoles:
“…y venían de muy lejanas tierras, de más de veinte leguas, de todas las comarcas de México, y traían muchas ofrendas, venían hombres y mujeres, y mozos y mozas a estas fiestas, era grande el concurso de gente en estos días, y todos decían vamos a la fiesta de Tonantzin…”.
Esta devoción sorprendió muchísimo a los españoles, por una parte porque para ellos esta diosa era un demonio y, por otra, por la gran cantidad de personas que participaban. Por ello, decidieron derribar dicho templo y colocar ahí el de la virgen de Guadalupe. Sin embargo, la devoción a Tonantzin continuaba y quienes acudían al cerro la seguían adorando, sin importarles que los españoles hubiesen derribado el antiguo templo. Es más, para disgusto de los españoles, los nativos llamaron Tonantzin a Guadalupe:
“…y ahora que está ahí edificada la iglesia de Guadalupe también la llaman Tonantzin (…) de dónde haya nacido esta fundación de esta Tonantzin no se sabe de cierto que el vocablo venga de su primera imposición a aquella Tonantzin antigua, y es cosa que se debía remediar porque el propio nombre de la Madre de Dios Señora Nuestra no es Tonantzin…”.
Es decir, los españoles intentaron borrar de la memoria de los nativos a Tonantzin y colocar en su lugar a Guadalupe. Sin embargo, la peregrinación era muy antigua y la fe demasiada como para lograrlo, así que simplemente trataron año con año de oficiar misas en honor a Guadalupe sin mencionar ya a Tonantzin. Pero la gente seguía acudiendo al templo en Tepeyacac, lo cual resultaba sospechoso porque para ese momento ya se habían construido muchas iglesias en honor a Guadalupe y los nativos no las visitaban:
«Y vienen ahora a visitar a esta Tonantzin de muy lejos, de tan lejos como antes, la cual devoción también es sospechosa, porque en todas partes hay iglesias de Nuestra Señora y no van a ellas…».
Sahagún no es el único que confirma el hecho, pues Jacinto de la Serna en su “Manual de Ministros de indios” escribió:
“En el cerro de Guadalupe, donde hoy es célebre santuario de la Virgen Santísima de Guadalupe, tenían estos un ídolo de una diosa llamada Tonan (Tonantzin) a quien celebraban fiesta el mes llamado Tititl, diez y siete de un calendario y diez y seis de otro; y cuando van a la fiesta de la Virgen Santísima, dicen que van a la fiesta de Totlazonantzin y la intención es dirigida a los maliciosos a su diosa y no a la Virgen Santísima, o a entre ambas intenciones: pensando que uno y otro se puede hacer”.
También Juan de Torquemada describió esta devoción:
“Y en otro lugar que está a una legua de esta ciudad de México, a la parte del norte, hacían fiesta a otra diosa, llamada Tonan, que quiere decir, “nuestra madre”, cuya devoción de dioses prevalecía cuando nuestros frailes vinieron a ésta tierra y a cuyas festividades concurrían grandísimos gentíos de muchas leguas a la redonda”.
La historia del cerro del Tepeyác es otro ejemplo más del sincretismo cultural que caracteriza a tantas costumbres, tradiciones y creencias mexicanas. Hoy en día esta famosa peregrinación reúne a millones de personas que, sin saberlo, acuden a un lugar de culto que lleva siglos de existencia y que no siempre ha tenido que ver con la religión católica ni con los españoles, sino con una antigua deidad nahua que -aunque muchos no lo sepan-, sigue siendo venerada.