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Las mujeres del Istmo de Tehuantepec: historias y mitos

Estado de Oaxaca
by Ana Elba Alfani Cazarin 13 Feb 2020

En 1844, Mathieu de Fossey narraba cómo fue gratamente impresionado por las mujeres del Istmo de Tehuantepec. Para él, eran las mujeres más elegantes de América.

 

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Fascinado por el traje de tehuana, escribió: “El conjunto de este vestido es del todo adecuado para realzar los atractivos de una joven, conserva a las mil maravillas todas las formas del cuerpo, a la vez que es rico y airoso […] la primera vez que vi a unas jóvenes tehuantepecanas en su vestido nacional, me parecieron divinas”.

Desde entonces, se ve a las mujeres de esa región como aguerridas e independientes, representan la fortaleza de la familia; y también extrovertidas y fiesteras, parte de un matriarcado que ha marcado su territorio, al punto de que a su alrededor se han forjado varios mitos, sobre los que te voy a hablar hoy.

 

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Sean tehuanas rabonas (las que usan huipil de cadenilla, bordado a máquina) o las ricamente ataviadas con el traje de gala de terciopelo, su presencia se nota en las representaciones que de ellas han hecho artistas plásticos, poetas y músicos.

 

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Máximo Ramón Ortiz fue quien, con su canción “Sandunga”, se convirtió en el padre del himno de los istmeños. Dedicada a su madre, la canción fue escrita en 1853, y es el son que encabeza la lista de canciones que se bailan en velas y calendas.

En el siglo XX, la imagen de la tehuana y de las mujeres del Istmo de Tehuantepec se convirtió en ícono de la feminidad mexicana e indígena.

 

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La pintura, la fotografía y el cine nacional la retrataron como el símbolo de “lo mexicano”. En los años treinta, el Banco de México puso en los billetes de diez pesos la imagen de una mujer istmeña, que duró ahí cuatro décadas, alentando los afanes post revolucionarios, de carácter nacionalista e impulsor del indigenismo.

 

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El vestuario de las tehuanas fue imitado por mujeres artistas e intelectuales de la primera mitad del siglo XX, como Dolores Olmedo, Elena Poniatowska y hasta la Doña, María Félix. Las fotógrafas Tina Modotti y Lola Álvarez Bravo también compartieron su fascinación por las mujeres de Tehuantepec.

 

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Frida Kahlo adoptó el atuendo tradicional como parte de su vestimenta cotidiana. Se decía que era una forma de cubrir sus imperfecciones físicas, pero también es cierto que ella lo veía como parte de su legado familiar, por su ascendencia oaxaqueña.

 

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Las costumbres istmeñas son conservadoras: la familia es lo más importante, pero aquí, las mujeres son grandes comerciantes en la región. Viajan mucho a mercados lejanos, llevando su mercancía y trayendo novedades a sus pueblos. Los hombres que se quedan cerca de la casa hacen las tareas domésticas.

 

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Uno de los mitos sobre las istmeñas dice que son tan seguras de sí mismas que pueden darse el gusto de tener a cualquier hombre que deseen para ellas. Solamente tiene que mirarlo y él es de ella.

¿Será que su sensualidad al bailar los sones en las velas, la cadencia de su falda y sus huipiles de flores de mil colores ayuda a que el hombre caiga subyugado en una especie de trance? En otros estados, se dice que las mujeres evitan que sus hombres viajen a Tehuantepec, por el temor a que no regresen…

 

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Otro mito es el del matriarcado. Se asegura desde hace muchos años que en esta región el hombre no tiene voz ni voto, debido a que la mujer manda y mantiene. La realidad es que suelen ser ellas quienes administran los bienes familiares, organizan los gastos de la casa, se encargan de la educación de los hijos y todavía se dan el lujo de ajuarearse e ir comprando las alhajas tradicionales, que les son tan preciadas y que algún día heredarán a sus hijas.

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En 1993, Cornelia Giebeler describió su forma de actuar: “Las mujeres caminan erguidas y dignas, sin precipitarse jamás: en la vida todo tiene su espacio y su tiempo. Dar y recibir, intercambiar, comprar y vender, estas son las tareas de las mujeres, que desde temprana edad se confía a las muchachas”.

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Antropólogos, sociólogos y etnólogos han investigado sobre la existencia del supuesto matriarcado, llegando a la conclusión que lo que sucede es que las mujeres del Istmo de Tehuantepec son excepcionalmente trabajadoras, vestir elegantemente es su gusto, y hacerse de sus joyas es una especie de seguro de vida y de retiro, que además heredarán a sus hijas y nietas, solo por la satisfacción de hacerlo.

 

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Los hombres no suelen ser flojos -y menos con tremendo ejemplo en sus casas-, solo que trabajan fuera del hogar. Si se dedican a las labores del campo, deben comenzar antes del amanecer y, para el medio día, muchos de ellos ya están de regreso en el hogar, mientras sus mujeres siguen trabajando fuera. El cronista Daniel Chicati ha dicho en diferentes medios de comunicación que quienes hablan de un matriarcado en Tehuantepec “o son extranjeros o no conocen la región”.

 

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La gran personalidad de estas señoras ha dado pie a que se cuenten todo tipo de historias sobre ellas: que si son secretamente envidiadas por las mujeres del resto del estado; que no necesitan de los hombres ni para bailar, y que frente a ellos son altivas y demandantes.

 

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Margarita Dalton, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), escribió el libro “Mujeres, género e identidad en el istmo de Tehuantepec”, donde explica por qué no existe tal matriarcado: “Yo creo que las relaciones que se dan entre hombres y mujeres en el Istmo no son muy diferentes a las que se dan en otras partes, lo que sucede es que ellas han tomado un papel social más protagónico”. Por ejemplo, las mujeres bailan entre ellas en las fiestas no porque los hombres sean menospreciados o no sepan hacerlo, en realidad ellas van a las fiestas a divertirse, les encanta la música y el baile y los señores van principalmente a tomar.

 

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Entre 1930 y 1932, un singular soviético, que además era cineasta, recorrió casi todo el país para hacer un gran documental sobre México, pero quedó hechizado por el istmo de Tehuantepec. Estoy hablando de Sergei Eisenstein, que nunca concluyó su filme “¡Que viva México!”. Los fragmentos que sí se vieron influyeron en la percepción que intelectuales e investigadores de todo el mundo tienen sobre Tehuantepec.

 

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Para Eisenstein, “el Istmo era un lugar paradisíaco donde mandan las madres, en el que los hombres esperan recostados en las hamacas, mientras ellas acumulan monedas de oro gracias a sus habilidades comerciales en plazas y mercados”. Otra de las ideas que compartió revolucionó los estereotipos de género de la época, al decir que en este lugar era la mujer quien buscaba a su marido.

 

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Como la mejor manera de saber si un mito es tal es comprobarlo personalmente, ¿qué te parece si este año te apuntas a la Vela Sandunga? Esta celebración se llevará a cabo en el mes de mayo y desde 1953 conmemora el Son Sandunga. La cita es en Santo Domingo Tehuantepec y te aseguro que es una de las velas más espléndidas y concurridas. ¡No te olvides de contarnos tu experiencia! 

 

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