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Quién fue Temilotzin, el soldado poeta que prefirió el suicidio antes que ir a España como trofeo

México
by Xiu 14 Jan 2019

Durante las batallas en defensa de Tenochtitlan surgieron innumerables héroes que lucharon desesperadamente para repeler a los invasores llegados de Europa. Algunos tenían años de experiencia, mientras que otros contaban solo con el ímpetu que brinda la juventud. Todos ellos anhelaban preservar su libertad.

Lamentablemente, la historia oficial que se enseña en las escuelas de México no ha permitido que conozcamos las hazañas de estos héroes y, con el tiempo, muchos han quedado en el olvido. Hoy te quiero hablar de uno de ellos, Temilotzin, nacido en Tlatelolco y posteriormente nombrado señor de Tzicatlán.

A la llegada de Hernán Cortés ocupaba el cargo de tlacatécatl, que puede traducirse como “comandante de hombres”, lo que equivale al actual comandante del ejército. Tenía una fuerte amistad con Cuauhtémoc, el último tlatoani de Tenochtitlan, y se destacaba por su gran calidad como cuicapicque (poeta) y por su valentía como guerrero. A continuación, uno de sus poemas:

Canto de Temilotzin

“He venido, oh amigos nuestros:
con collares ciño,
con plumajes de tzinitzcan doy cimiento,
con plumas de guacamaya rodeo,
pinto con los colores del oro,
con trepidantes plumas de quetzal enlazo
al conjunto de los amigos.

Con cantos circundo a la comunidad.
La haré entrar al palacio,
allí todos nosotros estaremos,
hasta que nos hayamos ido a la región de los muertos.

Así nos habremos dado en préstamo los unos a los otros.
Ya he venido,
me pongo de pie,
forjaré cantos,
haré que los cantos broten,
para vosotros, amigos nuestros.

Soy enviado de Dios,
soy poseedor de las flores,
yo soy Temilotzin,
he venido a hacer amigos aquí”.

Temilotzin fue adiestrado en el arte de la guerra, al igual que todos los niños en Tenochtitlan. Esto, sin embargo, no opacó su natural talento para escribir poesía. Se formó en la calmecac de Tlatelolco, donde pudo profundizar en las tradiciones de su pueblo, los cantos sagrados y los libros llenos de simbolismo.

Su caso nos hace pensar en la dualidad de la que tanto hablan los pueblos nativos, pues por una parte Temilotzin destacó tanto como guerrero que llegó a adquirir el grado de tlacatécatl y, al mismo tiempo, llegó a ser un poeta sobresaliente. Como poeta proclamó que su más profundo deseo era el de hacer amistad con los hombres. Como guerrero, dejó en claro que era él uno de los más hábiles y fríos en combate.

Aunque se tienen pocos registros de él, hoy podemos imaginar qué tipo de hombre fue, pues las acciones que llevó a cabo durante los primeros días de sitio a Tenochtitlan por parte de los españoles lo dejan muy en claro:

“Jefe de águilas
cuyo oficio es la guerra que hace cautivos.
Gran águila y gran jaguar,
águila de amarillas garras
y poderosas alas,
rapaz, operario de la muerte…
Instruido, hábil,
de ojos vigilantes, dispone las cosas,
hace planes, ejecuta la guerra.
Distribuye las armas,
dispone y ordena las provisiones,
señala el camino,
inquiere acerca de él,
sigue su paso al enemigo.
Dispone las chozas de guerra,
sus casas de madera,
el mercado de guerra.
Busca a los que guardan los cautivos,
escoge a los mejores.
Ordena a los que aprisionan a los hombres,
disciplinado, consciente de sí mismo,
da órdenes a su gente,
le muestra por dónde saldrá el
enemigo…”.
Fuente: Códice Matritense.

Como puedes ver, la descripción de Temilotzin como guerrero es épica, realmente un comandante de hombres, y más aún si lo imaginamos con sus atavíos de élite como a continuación se relata:

“El Tlacatécatl Temilotzin, aún en vano se puso en guardia contra el enemigo. Se resguardó en una muralla, estaba ataviado como águila y llevaba una macana en la mano con la cual intentaba cerrarles el paso…”.
Fuente: Códice Florentino.

Pero aún después del mayor esfuerzo por parte de los ejércitos de Tenochtitlan, Temilotzin tuvo la dicha y la desgracia de vivir junto al tlatoani el asedio y caída de la flamante capital mexica, aquella que de no haber sido destruída se habría coronado como la ciudad más hermosa del mundo.

Estuvo también presente durante la captura de su entrañable amigo Cuauhtémoc:

“Enseguida después, vinieron Coyotzin, Topan Temoctzin, Temilotzin y Cuauhtémoc. Fueron a dejar a Cuauhtémoc allá donde se encontraban el capitán, don Pedro Alvarado, doña Malintzin. Cuando fueron prendidos fue cuando empezaron a escaparse las gentes del pueblo, a buscar dónde morar…”.
Fuente: Anales de Tlatelolco.

Con gran tristeza, aquel que fue poeta y guerrero vió venir abajo su mundo y sintió sobre sus hombros, al igual que Cuauhtémoc, el gran peso que representaba aquella captura.

Temilotzin fue capturado y hecho prisionero, junto a otro grupo de nobles mexica que Cortés llevaría a España como un trofeo, como símbolo del logro de su ejército.

Fue así que una vez lograda la sumisión total de Tenochtitlan, Cortés ordenó la partida de un navío con las riquezas obtenidas hasta el momento, así como aquel grupo de nobles para ser presentados ante los reyes de España. Sin embargo, Temilotzin no tenía en sus planes viajar en calidad de prisionero o cautivo de guerra, así que se arrojó del barco y nadó hacia el poniente con rumbo a su tierra, tal como se relata en el siguiente fragmento:

“Entonces, de repente, Temilotzin se puso de pie. Ecatzin pensó que quizás iba a orinar. —¡Oh, tlatoani, oh Ecatzin! —exclamó Temilotzin—. ¿Adónde nos están llevando? ¡Regresemos a nuestro hogar! —¿Qué es lo que haremos, Temilotzin? —preguntó Ecatzin—. ¿A dónde podremos ir, puesto que el barco ha navegado ya durante seis días? Temilotzin no quería escucharlo. La gente vio cuando se arrojó al agua y se fue cortando las olas como un pez, nadando hacia el poniente. —¿A dónde os dirigís, Temilotzin? ¡Volveos, regresad acá! —gritó Malintzin. Más él siguió su camino, hasta que por fin desapareció bajo las aguas. Nadie sabe si alcanzó la orilla, si una serpiente lo devoró, si un cocodrilo se lo engulló, o si los peces se lo comieron”.
Fuente: Anales de Tlatelolco.

Así terminó la historia de Temilotzin, aquel poeta guerrero cuya muerte fue el primer suicidio registrado de un poeta en la historia del continente.