Querido español neutro,
Jamás me gustaste y nunca supe muy bien por qué hasta hace poco.
Pasa que siempre me resultaste una cosa rara, un Frankenstein idiomático. Siempre preferí martillarme los pies antes que escucharte. Pero así y todo te escuchaba. Porque irremediablemente tarde o temprano aparecía un nene, el hijo de un amigo, un sobrino, y me hablaba con tu voz. “Pasame el balón”. ¡Acá se dice “pelota”, nene!