Tenochtitlan fue la magnífica capital del imperio mexica. Se cree que tuvo alrededor de 230 mil habitantes, más que sus contemporáneas Constantinopla (200 mil habitantes), París (185 mil) y Venecia (130 mil). Poetas, matemáticos, guerreros, astrónomos y filósofos le dieron forma a una sociedad sin igual, que supo aprovechar los obstáculos en contra para volverlos ventaja y superar así el refinamiento de otros reinos.
Por ello resulta difícil creer que una sociedad tan avanzada no profundizara más en temas complejos, como el origen del amor y de la felicidad. En este sentido, Lynn Sebastian Purcell, Profesor de Filosofía de la Universidad Estatal de Nueva York (Cortland, Estados Unidos) declaró para la revista Aeon:
«Tenemos muchos volúmenes de sus textos grabados en su idioma, el náhuatl (…) Si bien pocos de los libros pre coloniales de tipo jeroglífico sobrevivieron a las quemas españolas, nuestras principales fuentes de conocimiento derivan de los registros realizados por los sacerdotes católicos hasta principios del siglo XVII».
Purcell ha llevado a cabo algunas investigaciones en relación a la ética, la filosofía y la poesía de los pueblos nativos americanos:
«Encuentro fascinante que los nahuas fueran otra cultura pre moderna con una ética de las virtudes, aunque bastante diferente a la de Aristóteles y Confucio».
Así mismo, el investigador ha afirmado en diferentes ocasiones que los intelectuales a nivel mundial han dejado de lado el estudio de las civilizaciones americanas desde el punto de vista filosófico, por lo que adentrarse en este tema le resultó particularmente atractivo. Señala también que autores como Miguel León-Portilla y James Maffie han llevado a cabo estupendas investigaciones respecto de la metafísica de los mexica y, sin embargo, no han realizado el mismo trabajo respecto de su ética y sus valores.
El códice Florentino, traducido por Bernardino de Sahagún, muestra cómo -antes de asumir su cargo-, los tlahtohque mexica repetían como parte del protocolo un discurso en el que se especificaba la manera en que debía vivir un representante del pueblo, que había aceptado la responsabilidad de ser defensor y sustentador de su gente. Se describía a esta función de forma muy poética: “(debe ser) como el árbol de ciprés, en el cual las personas se refugian”.
Para los mexica, el equilibrio era la parte fundamental que regía sus vidas. Por ello, la entrega al extremo de una actividad o sentimiento representaba la perdición, tal como lo podemos apreciar en los huehuetlahtoli, o palabras antiguas, que son una serie de exhortaciones que los nahuas tenían por las más altas virtudes que debían regir su vida y que podemos encontrar en el libro sexto del códice Florentino.
“Por una parte un abismo, por la otra un barranco. Si no vas por en medio, caerás de un lado o del otro. Sólo en el medio se vive, sólo en el medio se anda”.
Purcell se dio a la tarea incluso de analizar a los tlamatinime, los filósofos de Tenochtitlan, y encontró en un proverbio mexica las bases de su investigación: «Resbaladiza, escurridiza es la tierra».
Según Purcell, «lo que querían decir es que, a pesar de tener las mejores intenciones, nuestra vida en la tierra es una en la que las personas son propensas al error, propensas al fracaso en sus objetivos y propensas a ‘caer’, como si estuvieran en el barro. Además, esta tierra es un lugar donde las alegrías solo llegan mezcladas con dolor y complicaciones».
Para los tlamatinime, la clase social, el talento o la capacidad no vuelven a una persona inmune al sufrimiento, condición que es sabida por la sociedad en general y que dejan claro desde el nacimiento de sus bebés:
“Esta casa donde has nacido no es sino un nido; es una posada donde has llegado, es tu salida a este mundo. Aquí brotas, aquí floreces, aquí te apartas de tu madre…Con esta ofrenda se confirman tu penitencia y tu voto, y ahora resta que esperemos el merecimiento y dignidad o provecho que nos vendrá de tu vida y de tus obras.”
(Fray Bernardino de Sahagún “Historia General de las cosas de Nueva España”).
Como puedes apreciar, el recién nacido aún no ha abierto los ojos y ya tiene encomendada la misión de retribuirle al mundo a través de sus propias penitencias y esfuerzos el producto de su trabajo y talentos, para enorgullecer tanto a sus padres como a su nación.
Dicho discurso no era propio de una clase social, sino de la sociedad en general y era repetido por las parteras en cada alumbramiento.
Por ello, para los mexica los lujos no representan la felicidad sino la búsqueda de una vida equilibrada bien vivida y en constante esfuerzo por agradecerle al mundo por la existencia que le fue brindada.
Una vida bien vivida es llamada neltiliztli, que se traduce como “arraigar” y para llegar a ella hay que superar cuatro niveles:
En primer lugar, el cuerpo, y por ello los mexica practicaban diariamente algunos ejercicios similares al yoga hoy en día, y de igual forma eran educados en la fortaleza física.
Segundo, había que poder conectarse con la psique propia, es decir con los sentimientos, para poder estar en paz con uno mismo y el no estarlo implicaba perder su tonali o destino. Para recuperarlo, había que acudir a los tícitl para recibir el tratamiento que ellos consideraran pertinente.
Como ejemplo de la importancia de la paz interna podemos remitirnos a la diosa Tlazoltéotl, o devoradora de la inmundicia, pues era a ella a quién se le confesaban las malas acciones, generalmente en los momentos de agonía.
Otro ejemplo es la existencia de los tlacatecólotl, hechiceros psíquicos que eran los encargados de desconectar a las personas de sí mismas como los Tlacatecólotl, “el manipulador de sentimientos” que se dedicaban a manipular los sentimientos de las personas a través de bebedizos, sin embargo los había de más tipos.
En tercer lugar, y de vital importancia, estaba la vida en comunidad, algo que filósofos como Platón o Aristóteles no contemplaban pues atribuían el bienestar propio al individuo en sí y no a la interacción con otras personas, y mucho menos a la vida en comunidad.
Es que si lo piensas bien, una vida feliz no es posible sin el cariño de nuestros seres queridos y las risas en compañía de nuestros amigos, pues son ellos que nos sacan de esta tierra resbaladiza, tal cual lo retrata el siguiente fragmento de un poema de Nezahualcóyotl:
“Puede ser que no vivamos alegres en la tierra,
pero con amigos tenemos gozo en la tierra.
Y todos de igual modo padecemos
y todos andamos con angustia unidos aquí…”.
Cuarto, la devoción a teotl, que se traduce como fenómeno o energía y que los españoles traducen como «dios» y que no es otra cosa que nuestra realidad, pues para ellos, todo parte de un principio equilibrado: Ometeotl, que significa “energía dual” y se compone por el aspecto femenino y masculino al mismo tiempo, dos energías contrarias que se complementan y le dan forma la creación.
Pero lo anterior no es una cuestión que se enseñara tan profundamente en casa, sino que se reforzaba de una manera especial dentro de las escuelas:
“Maestro de la verdad
no deja de amonestar.
Hace sabios los rostros ajenos,
hace a los otros una cara tomar.
Los hace desarrollarla.
Les abre los oídos, los ilumina.
Es maestro de guías,
les da su camino.
De él uno depende.
Pone un espejo delante de los otros,
los hace cuerdos y cuidadosos,
hace que en ellos aparezca una cara…
Gracias a él la gente humaniza su querer,
y recibe una estricta enseñanza.
Hace fuerte los corazones.
Conforta a la gente.
Ayuda, remedia, a todos atiende”.(Fray Bernardino de Sahagún “Historia General de las cosas de Nueva España”).
Los maestros en las escuelas nahuas comprendían muy bien su labor, que incluía desde la simple enseñanza de los aspectos básicos de la vida en sociedad y de los oficios con los que habrían de trabajar más adelante los jóvenes, hasta la tarea de dotar de un rostro y un corazón a sus aprendices (un “in ixtli in yolotl”), quienes más tarde tendrían la tarea de engrandecer aún más al imperio en el que habían nacido.
Todo lo anterior es la punta de un gran iceberg que no ha sido estudiado en profundidad, por lo que los conocimientos filosóficos mexica han sido tomados como primitivos.
Al respecto, Purcell ilustra a sus alumnos con la obra «La Odisea», de Homero, para compararla con la filosofía nahua y su visión sobre la felicidad. En cierto pasaje, Ulises ha quedado a disposición de la diosa Calipso, viviendo felizmente con ella de una forma envidiable. Ella le da la opción de quedarse y disfrutar eternamente o regresar a su realidad llena de los obstáculos propios de la vida, pero en la que está su familia.
Ulises elige entonces aventurarse al mar abierto en busca de su familia. Viene entonces la pregunta correcta a sus alumnos: ¿Qué habrían elegido ustedes?
«Nunca tuve a nadie que estuviese en desacuerdo con Ulises”, afirma Purcell, lo que confirma que los mexica desentrañaron uno de los secretos de la felicidad.