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Sonidos para reconocer a la CDMX con los ojos cerrados

Ciudad de México
by Kiev M. 13 Mar 2020

La Ciudad de México vive a ritmos diferentes tanto de día como de noche y los sonidos que la habitan también. La identidad sonora de la ciudad es tan característica, que muchos de los que la habitamos podríamos identificarla guiándonos meramente por los sonidos de sus calles, comercios y transportes. Esta es una selección de todos esos ecos que saben y suenan a nuestra ciudad. Con ustedes, los más icónicos sonidos de la CDMX.

 

Tamales oaxaqueños

Anochece en la ciudad y las calles se llenan de luces y sombras silenciosas hasta que el megáfono de un carrito de tamales rompe con la tranquilidad dejando escapar una voz medio gangosa y pegajosa que invita a acercarse y pedir unos ricos y deliciosos tamales oaxaqueños, son tamales oaxaqueños, tamales calientitos.

Una vez que este sonido se abre camino entre casas y edificios, los estómagos comienzan a demandar el sacrificio de un tamalito de salsa verde, de mole rojo, de rajas con queso o de dulce con piña. Pero ¿de quién es la mítica voz que atrae con el mismo poder que lo hacía la música del flautista de Hamelin? Se trata de Elías Zavaleta, un ex tamalero al que se le ocurrió grabar su voz para ahorrar saliva y vender más cuando recorría las calles de la ciudad. Como era de esperarse, no tardaron en piratearse su grabación y vender copias del cassette en 300 pesos. Elías ya dejó el giro de los tamales y ahora vende tacos en Polanco, pero su voz ya es parte del patrimonio sonoro de la Ciudad de México.

 

El carrito de los camotes

¿Cuántas veces no estuviste a punto de quedarte sordo con el silbido del carrito de camotes? Aunque ya son menos los camoteros que circulan por la ciudad, el sonido de su chimenea es uno de los sellos distintivos de las noches en la capital.

El carrito de los camotes es democrático porque recorre desde colonias fifí hasta barrios populares. El pitido del carrito camotero es, por decirlo de alguna manera, uno de los relojes sonoros de la ciudad. ¿Por qué lo digo? Porque cuando aparece el carrito de los camotes, nos damos una idea de que ya son más de las seis de la tarde.

 

El afilador

El afilador representa otro sonido asociado a un oficio en peligro de extinción. Si algo distingue a este personaje es la melodía que toca con su flauta de caña para anunciarse. Durante muchos años, amas de casa y comerciantes se acostumbraron a asociar esa melodía con el momento de alistar los cuchillos, tijeras o cualquier otro objeto que necesitara afilarse. Los afiladores recorren la ciudad desde la época colonial; así que son autores de uno de los sonidos más antiguos e inconfundibles de nuestra ciudad.

 

El ropavejero

La vida y el trabajo del ropavejero en la ciudad ha cambiado con el paso de los años. Antes, salían a trabajar armados con una carreta en donde transportaban todos los artículos de desuso que iban comprando en su deambular por la ciudad. Hoy, han dejado la carreta de lado y se les identifica por su peculiar forma de anunciarse a través de un altavoz que va montado sobre una camioneta. A través de esa bocina reproducen en un loop infinito una grabación con la voz de una niña que recita todo lo que se compra. Sin duda, este es uno de los sonidos callejeros que recordaremos durante muchos años.

Y por si andaban con la duda sobre quién es la niña que nos hizo aprendernos de memoria su sonsonete, se trata de María del Mar Terrón Martínez, quien hizo la grabación cuando tenía diez años, aunque hoy tiene veintiséis años cumplidos. Su papá, Marcos Terrón, quien se dedicaba a la compra electrodomésticos usados y fierro viejo fue el que la animó a grabar el audio del fierro viejo, lanzándola a la fama.

 

El organillero

Si existe un sonido que refleja como pocos la nostalgia de la capital, es el del organillero. Los primeros organilleros aparecieron durante el porfiriato, época en la que llegaron de Europa los primeros instrumentos y empezaron a inundar la ciudad con sus sonidos. La música del organillero también fue parte de las lucha revolucionaria; se dice que Pancho Villa reclutó a algunos organilleros para animar a sus Dorados en los momentos de descanso durante la Revolución Mexicana. De hecho, el uniforme y la cachucha café que todavía visten los organilleros, es una reminiscencia del uniforme que caracterizó a las tropas del Centauro del Norte.

El cilindro de un organillo puede tocar hasta ocho melodías, muchas de las cuales vienen de tiempos revolucionarios. Y no es porque el organillero no quiera actualizar su repertorio, sino porque ya no hay quien grabe nuevas melodías en los cilindros. Los organilleros viven de las propinas que se ganan en la calle. Igual se les ve en el Centro Histórico que en Coyoacán o hasta en los camellones de algunas vialidades. Aunque no hayamos vivido en las época en que los organilleros eran novedad, son una estampa sonora de nuestra historia que vale la pena no dejar morir.

 

El Metro

Para los capitalinos, el Metro de la Ciudad de México no es únicamente un medio de transporte, también es un fábrica de historias insólitas, leyendas, escenas chuscas, surrealismo puro, adrenalina y sonidos. Entre esos sonidos, el que nos resulta más familiar y además se ha vuelto parte de nuestra cotidianidad es el famoso “tu-ru-ru” que precede al anuncio de la siguiente estación. No podemos dejar de mencionar el mecanismo neumático y la señal sonora de cierre de puertas y el constante pregón de los vagoneros. Sin duda, los sonidos del metro son parte del ADN sonoro de nuestra ciudad.

¿Qué otros sonidos incluirías en esta lista? ¡Cuéntanos!