Desde tiempos remotos, el hombre ha encontrado en la danza un medio de expresión que, más allá de lo estético, busca establecer una comunicación con las fuerzas de la vida, de la naturaleza, y las leyes que rigen el universo. Las culturas mesoamericanas ejecutaban sus danzas con propósitos rituales, como parte del agradecimiento y la ofrenda a los dioses por las bendiciones recibidas, pero también para obtener sus favores o evitar sus castigos. Hoy en día, algunas de estas poderosas danzas siguen vigentes y, aunque algunas de ellas han incorporado elementos cristianos en su ejecución, siguen manteniendo la esencia que todavía nos capturan con su energía ancestral. Para muestra, estas tres danzas tradicionales mexicanas declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad.
1. Danza del venado
También conocida como mazoyiwua, en lengua yoreme, la impresionante Danza del venado escenifica el vínculo entre el hombre y la naturaleza, así como la búsqueda continua por entenderla y dominarla. Esta danza pertenece a los indígenas mayos y yaquis y, de acuerdo con los expertos, puede ser considerada el ritual dancístico más antiguo de México (según algunas estimaciones, ha sido ejecutada durante más de 5 mil años).
Los personajes principales son el venado y los pascolas. El venado es encarnado por un danzante con el torso descubierto y la cabeza cubierta por un paño que sirve de soporte a una cabeza disecada de venado, mientras que sus instrumentos son un par de sonajas que agita durante la danza. Los pascolas representan a los cazadores, y en su indumentaria destacan las máscaras de madera, decoradas con barbas y mechones, así como los arcos y flechas con las que darán caza al ciervo.
La danza pone en contexto la batalla entre los cazadores y el venado, quien lucha por sobrevivir a través de una huida frenética que se ve frenada en el momento en que es atravesado por la flecha cazadora. La naturalidad de los movimientos es tal que por momentos pareciera un verdadero venado el que está en el escenario. La danza finaliza con los estertores del animal tendido en el suelo, vencido por los pascolas.
La danza se musicaliza con el baa-wehai, un tambor milenario de barro o madera relleno con agua, el cual acompaña los cantos en dialecto yaqui que cimbran e hipnotizan la audiencia con su sonido ancestral.
2. Danza ritual de los voladores
La Danza de los voladores de Papantla ritual es herencia del pueblo totonaca y es una de las danzas más conocidas e impactantes del mundo, no sólo por su espectacularidad, sino por su poderoso simbolismo vinculado a la fertilidad de la tierra y la espiritualidad que vincula a los hombres con la naturaleza.
El ritual comienza desde la elección del árbol que se convertirá en “el palo volador”. Después de talarse y bendecirse, es llevado al sitio donde se llevará a cabo la danza; entonces se cava un hoyo donde, además de depositar una ofrenda consistente en una gallina viva y chiles de diferentes variedades, se incrustará y sostendrá el tronco.
La parte superior del palo volador es provista con una estructura giratoria de madera, que sirve como plataforma de lanzamiento para los voladores, quienes después de atarse la cintura con cuerdas, se lanzan al vacío simulando el vuelo de una ave. Mientras, el quinto volador, llamado caporal, danza de manera temeraria sobre el reducido espacio que supone la cima del tronco, mientras toca una flauta y un tambor para reverenciar al sol y a los cuatro puntos cardinales.
Al finalizar la melodía del caporal, los voladores se desprenden desde las alturas con los brazos abiertos, girando alrededor del palo volador, a medida que la cuerda que los sostiene se desenrolla poco a poco hasta completar el aterrizaje frente a la mirada atónita de los espectadores.
3. Danza de los parachicos
La Danza de los parachicos nació en la ciudad chiapaneca Chiapa de Corzo. Sus antecedentes son coloniales, y su nombre proviene de una antigua leyenda que narra la desesperación de Doña María Angulo, quien al no encontrar cura para la enfermedad de su hijo a través de la medicina convencional, recurrió a un curandero local.
Algunos pobladores se compadecieron del dolor del niño y decidieron participar en su curación disfrazándose y bailando “para el chico”, con la finalidad de llamar su atención y distraerlo de su dolor, mientras el curandero realizaba su labor. Fue así como surgió la palabra “parachico” que actualmente sirve para llamar a esta danza y a sus bailarines.
La danza ocurre en el marco de la Fiesta Grande, del 4 al 23 de enero, la celebración religiosa más grande de la ciudad en honor a sus santos patronos. Durante estos días cientos de Parachicos inundan las calles ejecutando su peculiar baile, haciendo sonar sus sonajas, vestidos con sarapes, listones de colores, chales bordados y máscaras de madera. La procesión de danzantes alcanza proporciones descomunales, convirtiéndola en la danza más multitudinaria de México (dentro de todas las danzas tradicionales mexicanas) y un imán para cientos de turistas y aspirantes a Parachicos.
Este artículo sobre danzas tradicionales mexicanas fue actualizado por última vez el 29 de abril de 2020.