El amor despierta la máxima felicidad a la que aspiramos los seres humanos, aunque también puede arrastrarnos hacia una locura fulminante. Desde que el mundo es mundo han existido mitos, leyendas e historias verídicas sobre amores que han llevado a quienes lo profesaban a realizar actos inimaginables en nombre de su pasión. El mundo prehispánico no fue la excepción y aquí voy a contarte sobre tres amores que cambiaron por completo el rumbo de sus protagonistas.
La primera la historia es la del tlatoani de Texcoco, Nezahualcóyotl y el amor de su vida, Azcalxochitzin. Cierta vez el rey poeta llegó caminando en solitario al pueblo de Tepexpan, donde fue atendido por Cuacuauhtzin, su gobernante, quien además era su amigo.
Cuacuauhtzin ordenó la organización improvisada de un banquete a la altura de Nezahualcóyotl, donde le presentó a Azcalxochitzin, su futura esposa, quién lo atendió personalmente. Al verla, Nezahualcóyotl se enamoró a primera vista, y sucumbió ante el deseo por la prometida de su amigo. Así, cegado por esta pasión, planeó una campaña militar en la que Cuacuauhtzin iría al frente y moriría en el campo de batalla.
Cuacuauhtzin no tuvo más remedio que ir hacia el destino decidido por su superior. Una vez muerto Cuacuauhtzin, el señor de Texcoco contrajo nupcias con Azcalxochitzin, en el año de 1444. Con ella engendró al futuro heredero del reino, Nezahualpilli.
La segunda historia es la de Gonzalo Guerrero, un náufrago español que llegó por accidente a las costas de Yucatán, y la princesa Zazil-Ha. Guerrero llegó a América en una expedición marítima con destino a la población conocida como «La Española», en Cuba. Días después de zarpar de Darién, en Panamá, la embarcación naufragó cerca de la Península de Yucatán y 18 de los 20 sobrevivientes del naufragio fueron asesinados por los cocomes.
Tratado como esclavo, Guerrero tuvo un día la oportunidad de salvar a Nacom Balam, un líder militar maya de rango, quien en agradecimiento le otorgó la libertad. Más adelante logró acceder a este importante cargo, e incluso formó una familia con la princesa Zazil-Ha, abandonando con esta unión su forma de vida anterior.
A la llegada de Cortés, éste le envió cartas para rescatarlo. Dispuso entonces que los buscaran y que los rescataran para que se unieran a su expedición. Guerrero respondió con estas palabras, que han quedado grabadas en la historia y que llegan a nosotros gracias a Bernal Díaz del Castillo, quien las relata en su “Historia verdadera de la conquista de Nueva España”:
“Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos, y tiénenme por cacique y capitán cuando hay guerras. Id vos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. ¿Qué dirán de mí cuando me vean esos españoles ir, de esta manera? Y ya veis estos mis hijicos cuán bonicos son”.
Guerrero se olvidó de su religión, su estilo de vida, su lengua y su gente para morir luchando contra los españoles por defender lo que para él era su mundo.
La tercera historia es parte de una leyenda que dio origen a la famosa bebida de los dioses que hoy conocemos como pulque, que surgió luego de una trágica historia de amor.
Quetzalcóatl estaba enamorado de Mayahuel, una de las deidades de la tierra, hermanada con otras como Tonantzin, la representación de nuestra Madre Tierra, con Cihuacóatl, patrona de las mujeres muertas en el parto y con Tlazoltéotl, la señora comedora de los pecados. Ella vivía en el cielo con su abuela, una de las tzitzimime, así que el dios decidió ir a buscarla a su morada para convencerla de pasar la noche con el.
No pasó mucho tiempo hasta que la abuela despertó y, enfurecida por no encontrar a su nieta, convocó a las demás tzitzimime para que la ayudaran a buscarla. Estas se precipitaron de cabeza desde la bóveda celeste y cayeron sobre el árbol, partiéndolo en dos y haciendo que las ramas donde estaban posados los amantes cayeran a la tierra. La abuelita, sin embargo, no quedó satisfecha con este castigo, tomó la rama donde se hallaba oculta Mayahuel y, tras quebrarla con violencia, despedazó a la muchacha, dándosela a las tzitzimime para que la devoren.
La rama de Quetzalcóatl quedó intacta, pues la abuela había decidido que era un mejor castigo para él presenciar lo sucedido con su amada. Al recuperar su forma, Quetzalcoatl recogió los huesos roídos de Mayahuel, los enterró y de ellos nació la primera planta del maguey. Un homenaje al placer experimentado por los amantes y a su pérdida, que nos recuerda la importancia de disfrutar cada momento de gozo.