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9 estereotipos sobre los colombianos cuya verdad no podemos negar

Colombia
by Monica Corredor Sanchez 15 Feb 2018

Hay muchos estigmas del pasado que aún nos persiguen y que nos han catalogado en estereotipos que no son reales. Claramente no todos los colombianos somos ni narcos ni drogadictos. Sin embargo, no podemos desconocer que otros estereotipos sí se ajustan bastante a la realidad.

No sabemos decir las cosas de frente.

Ser directos no es lo mejor que sabe hacer un colombiano, especialmente cuando debemos decir algo no tan positivo. No sólo somos bastante adornados en amabilidad y explicación cuando tenemos que expresar que algo no nos gusta o dar una mala noticia, sino que somos abundantes en excusas antes que decir que no.
Por ejemplo, decirle a alguien que su trabajo no está al nivel esperado o dar una noticia no tan agradable como un inminente despido, se convierte en todo un ritual previo de agradecimiento y grandes oportunidades para el futuro.
Un colombiano sentirá tanta culpa de decir “no quiero ir a tu fiesta” o “no me interesa comprar tu producto” que preferirá dar mil y una excusas hasta el último minuto. También aplazará de manera aparente, lo que en realidad es una decisión ya tomada: “Yo te confirmo”, “Yo te estoy avisando en estos días”. Por supuesto, eso nunca pasa.
Esto nos lleva a ofendernos y sorprendernos fácilmente cuando otros son demasiado directos al decirnos eso que no queremos escuchar. Pero al fin y al cabo, después de haber vivido en otros países, creo que es mejor una sola verdad dolorosa que una mentira interminable.

Somos un poco “Bombril”, es decir, duramos tanto en la casa de los papás como la esponjilla.

La verdad es que, en muchos casos, lo único que nos saca de la casa de nuestros padres es el matrimonio. Y es tan importante la familia, que en ocasiones ni siquiera eso logra el milagro. Una vez casados, es probable que vivan todos juntos con mamá o papá. Cuestión de compañía o comodidad, cada uno lo sabrá, pero más que un estereotipo es la pura verdad.

Rumbeamos hasta con lo mejor de Mozart.

La fama de fiesteros no nos la hemos ganado gratis. Colombiano que se respete arma fiesta en cualquier lugar, momento y ocasión, ya sea solo o acompañado con amigos, familia o hasta desconocidos. Es un misterio por qué todas las celebraciones y visitas que involucran colombianos, terminan con la mesa de centro a un lado para dar espacio a la pista de baile.
Tampoco es casualidad que haya una lista interminable de festivales, fiestas, ferias, festivalitos y reinados que ni los mismos colombianos conocemos. Cualquier excusa es buena para el foforro, incluso el mango, la papa y la panela (literalmente celebramos hasta estos festivales).

Nos tomamos hasta el agua del florero.

Y bueno, ¿cómo negar que al colombiano le gusta el traguito? Basta con ir a algún pueblo y ver las mesas de las tiendas con tantas botellas de cerveza vacías, que es difícil saber si son de la noche anterior o es que empezaron temprano. Con el perdón de los abstemios colombianos, no digo que seamos una parranda de borrachos o que siempre salgamos en brazos de cada fiesta, pero por lo que dicen los extranjeros, no somos muy buenos en eso de “tomar con moderación”. El problema es que ya ni lo notamos porque estamos tan acostumbrados.

Llegamos en diez minuticos… colombianos.

Por algo los de otros países siempre preguntan: “¿Cinco minutos colombianos o de dónde?”. La puntualidad no es una característica que define la colombianidad. La costumbre de llegar tarde o debo decir, de citar temprano – mínimo media hora antes del comienzo del evento – “para que todos lleguen a tiempo”, dice más que cualquier explicación. Tampoco nadie entiende cómo se expande el tiempo de tal manera que el “Ya vamos llegando” de muchos, se convierte en una hora de retraso.

Todo lo queremos regalado.

El regateo es la regla número uno del colombiano. Esté donde esté, un descuento siempre aplica. “Hágame un descuentico”, “Es que no me alcanza”, “No tengo tanto presupuesto”, “Uy, eso está muy caro”, “Y si le compro varios, ¿en cuánto queda?”, “¿Y en cuánto me lo deja?”, son frases muy comunes y que aplican a cualquier contexto. No importa si se trata de vender un servicio a una compañía, o si son las ventas del mercado de las pulgas, pedir rebaja hace parte del día a día de un colombiano.

Nos las damos de “vivos”.

Uno de esos estereotipos para no sentirnos orgullosos es la mal llamada “viveza” de los colombianos, que también quiere mostrarse como astucia y hacer alarde de lo “avispados” que somos. Pero esto no es más que una excusa para irrespetar las normas y saltarse la legalidad. Es una realidad que los colombianos siempre quieren dárselas de “vivos” en cualquier situación, por algo el dicho tan popular “El vivo vive del bobo”. Buscar la manera de saltarse las filas, compartir disimuladamente el buffet para pagar sólo por uno, hablar con el amigo para que lo deje entrar gratis, quitarle el parqueadero al que estaba esperando… la viveza es tristemente un estereotipo real del colombiano. Nos lleva a faltar a la ética, que tanta falta nos hace.

A donde quiera que vamos, somos algo paranoicos.

Por más triste que parezca, nuestra historia, la violencia y la inseguridad del pasado han hecho que los colombianos desarrollemos un súper poder especial. Donde quiera que estemos, sea en Colombia o fuera de ella, siempre sospechamos de todo, tenemos una desconfianza que nos hace estar más alerta de lo normal. Siempre estamos pendientes del entorno y de cualquier comportamiento extraño del personaje del lado. Saber cuándo algo no anda bien y estar vigilante ante cualquier peligro, son características de este desarrollado instinto – o debería decir paranoia – del colombiano.

Comemos como si no hubiera mañana.

Los colombianos somos de buen comer y, para ser honestos, estamos bastante alejados de la conciencia de la comida saludable. Dos, tres y hasta más carbohidratos, fritos, porciones indescriptibles. Eso es un almuerzo o comida del típico colombiano. Y por si no fuera poco, la sopita no puede faltar.

En los restaurantes se sirven porciones “individuales” que a los ojos de cualquier extranjero podrían ser una bandeja para compartir, y en las casas se cocina extra “por si acaso”. La dieta definitivamente no está en la lista de prioridades colombianas, pero así como con las brujas, aquellos que comen sano, “que los hay los hay”.