Paella detector. Tardamos una milésima de segundo en distinguir una paella auténtica de un arroz con cosas.
Por mucho tiempo que tengamos viviendo aquí, no terminamos de entender que una “lágrima” sea clasificada como un café.
Le preguntarán al español los compadres colombianos, sea cual sea el lugar a donde llegue, que si está amañado. El españolito retomará su cara de póker y no sabrá qué contestar. ¿Le estarán llamando tramposo, así de buenas?
Nunca pides sidra en un bar.
“Ese es un Becerro... hasta parece Pato. Le voy a meter un Burro ‘e carajazo a ese Gallo pa’ que sea serio”. ¡Levante la mano el que entiende la frase!
Ya no hablamos de amor (y sexo) como antes.
Recuperas la amabilidad y la paciencia que pensabas que ya no estaban en ti. O, como mínimo, andas menos irritable que en la capital.
Atrás quedó el abrazo de oso o sorprender a tu amiga con una nalgada en plena calle. En España, lo máximo que obtienes son dos besos al saludar.