#1: La obsesión por verificar cómo amaneció nuestro querido volcansito El Popo.
Que te digan “haz una paella”.
Un porteño no te cuenta un cuento para “zafar” de una responsabilidad previamente asumida. Te chamuya. Generalmente empezando con “se me complicó”.
Aquí la comida nunca es aburrida: ¡es colorida y deliciosa! Así que no tendrás que batallar para que se coman todo lo que hay en sus platos...
El Fuego Nuevo, en Tenochtitlán, se trataba de un ritual metafórico de cierre e inicio de ciclo, en donde podía terminar tanto la vida como el mundo.
La muerte de Nezahualcoyotl en 1472 dejó un vacío irreparable y presagió el principio del fin de las culturas del México antiguo.
Te sabrás el "Asturias, patria querida" y lo cantarás con tus amigos, intentando extenderlo a gente de otros sitios para que el resto del mundo cante a la tierrina.
El hondureño no señala con el dedo. Frunce los labios en dirección al objeto y dice “Ahí ve”. Para un hondureño este post no está bueno... está pijudo.
Repite una y otra vez: "Málaga es el paraíso", "Málaga es el paraíso", "Málaga es el paraíso" y luego cuéntaselo a todo el mundo.
Que te limpien el parabrisas y sólo tengas monedas de a dólar. ¡O que te toque pagar el bus con un billete de 20 dólares!